jueves, 10 de diciembre de 2009

Inconcluso

Es extraño sentarme frente a la pantalla con miles de sensaciones que volcar y no encontrar las palabras.
Siento las manos inquietas por enchastrarse con acrílicos y colores, pero no encuentro las formas. Tampoco en la música están los sonidos que quiero cantar.
¿Por qué no encuentro la forma?
Será porque siento que mas que escribirlo necesito abrazarte?
Mas que pintarlo necesito besarte?
Mas que cantarlo necesito sentirte?
Porque es raro…
Porque fue mirarte, pero luego verte. Porque fue escucharte, pero luego oirte. Porque fue querer encontrarte todo el tiempo. Sin saber exactamente porque. Dormimos juntos la primera vez que te vi y oí. Tu voz me relajaba. Tus ojos me resultaron tan llenos de secretos… y finalmente te reíste. Todavía ahora me sonrío al pensar en tu risa. Porque fueron despertando tantas cosas mías, de esas buenas que se suelen olvidar en un rincón, llenas de polvo y obsoletas. Atento. Pendiente. Amable. Suave. Tierno. Sorprendidos.
Empecé a pensarte y sin darme cuenta, comencé a extrañarte. Asumí que te extrañaba y comencé a necesitarte. Acepté que te necesitaba y comencé a quererte. Pensé, siempre pienso. – Será por el momento particular. Pero fue más allá. Lo que sentía tomó vida propia y tomó mi vida. Tropezamos. Nos sentamos a charlar. Charlamos. Y hablé y hablé. No pensé el para que, simplemente me abrí. Porque estabas ahí escuchando… porque vos también oías. Me mirabas fijo, con algún atisbo de desconcierto. Pero ya no me importaba, me estaba volviendo transparente. No tenía miedo de decir lo que quisiera decir. Sabía que no me juzgabas. Sabía que del otro lado de la mesa, vos intentabas comprenderme. A la hora de despedirnos creo que entendí y, en buena hora, me sentí bien de sentir. No pensé si debía o no. Ahí estaba. Tu abrazo. Mi abrazo. Un abrazo tan nuestro como pocas veces sentí.
Los relojes se pusieron en hora y cada minuto empezó a ser distinto.
Volvimos a vernos. Nuevamente nos sentamos y charlamos, y yo todavía no sabía que tan profundo sentía hasta que me miraste fijo y hablaste, y me di cuenta que no sabía que decir. Que tu honestidad no hacía mas que convencerme de lo que, justamente, me decías que tal vez era mejor no convencerme. Mis ojos no querían mirarte, pero vos no dejabas de observarme. Fue una sensación tan extraña! Otra mas! Una tras otra, todo el tiempo!. Sabía que debía levantarme e irme, pero no podía. No sabía si volveríamos a sentarnos, y cada segundo allí sentados valía oro. Sin tocarnos si quiera, solo acariciándonos con las palabras y las miradas.
El tiempo se agotó. Lo habíamos estirado tanto como se podía hasta casi romperlo. No había mucho más que decir. No sabíamos tampoco que se podía hacer.
Nos despedimos, profundamente. Con una despedida abierta a ser un adiós, un hasta luego o un principio. Como fuera que siguiera, ya en ese momento, te habías vuelto inolvidable para mi boca y mi piel.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Palabras, de otro

Cuando me indigno con algo, generalmente escribo.
Un poco para descargarme.
Otro poco para compartir con otros que les pasa lo mismo.
Y otras tantas para generar esa misma indignacion en aquellos dispuestos a sentirla.

En este caso la nota no es mia. No encontré palabras que superen lo escrito.
La publico como está, confío que causará mas indignacion que cualquier cosa que yo pudiera decir o agregar.

Asignación por Hijo: dicen que quita obreras al ajo

Según los productores, la Asignación por Hijo les saca a un 30% de mujeres que trabajan en empaque. Aseguran que los obliga a retrasar varias entregas.

MARIO LUIS ROMERO - DIARIO DE CUYO

Unas 4.000 mujeres son ocupadas cada año para realizar el empaque de ajo en San Juan ya que, según los productores, ellas tiene mejor manejo y cuidado en la manipulación del producto, y es por esto que las buscan. La Cámara de Ajeros asegura que este año, como consecuencia de la implementació n del régimen de Asignación Universal por Hijo se reducirá en un 30% la mano de obra femenina por miedo a perder el plan. Desde el Registro Nacional de Trabajadores Rurales y Empleadores (Renatre) creen que puede ser una buena excusa para convencerlas de estar en negro. La temporada de empaque transcurre entre los meses de noviembre a marzo de cada año. "El 80% del total de personas que se utilizan para el empaque de ajos son mujeres. A lo largo del tiempo hemos comprobado que trabajan con más cuidado y dedicación, cuestión que nos permite salir con un producto de buena calidad para la exportación", asegura Alfredo Figueroa titular de la Cámara de Ajeros de San Juan.Desde esta entidad enfatizan que para la cosecha no tienen problema porque en su mayoría son hombres los que ocupan, pero la dificultad aparece con las mujeres que trabajan en el empaque: "tenemos menos mujeres para esta tarea.

Entendemos que con la implementació n de la Asignación por Hijo muchas tienen miedo de perder el beneficio y por eso no quieren trabajar". Con este panorama, los productores aseguran que se extenderá el tiempo de empaque o tendrán que contratar varones para esa tarea. La otra cara de la moneda es planteada desde el gremio de los trabajadores rurales Renatre, donde creen que puede ser una buena excusa para que muchas mujeres trabajen en negro. "El sector de los ajeros tiene gran resistencia a blanquear los empleados temporarios y tal vez la intención de trabajar de algunas mujeres sumada a la complicidad de los productores derive en mujeres trabajando en negro", indicó Oscar Bernard, titular del gremio rural.La ley que rige el trabajo agrario es la 22.248 y la inscripción de los obreros temporarios se realiza completando un formulario de AFIP que se baja de la página del organismo y se llena de manera manual.

Bruno Perín, productor y empresario ajero, asegura que "con la mala implementació n de las políticas sociales por parte del gobierno termina sucediendo esto. La gente tiene un plan social y no quiere trabajar, porque en muchos casos ni les conviene hacerlo".

Hay sectores de la agricultura sanjuanina a los que también les preocupa la falta de mano de obra debido a la cantidad de planes sociales. Manuel Urnicia, viñatero y dirigente de la federación que los nuclea, observa un panorama sombrío con esta situación, porque asegura que "mientras les sigan dando plata ¿para qué van a trabajar?, en esta vendimia vamos a tener serios inconvenientes con la mano de obra. Si no llegan los trabajadores \'golondrinas\' estamos fritos".


Recomiendo un anti acido al terminar la lectura
saludos

viernes, 4 de diciembre de 2009

Ojos sin palabras

Se miraron. Ella llegaba con toda la ansiedad de verlo empujando sus pies. Necesitaba olerlo, tocarlo, besarlo. Se paro frente a el y un frío saludo los unió por un instante. Entonces recordó el porque lo había extrañado tanto, el porqué de la ansiedad… entonces siguieron camino como viejos conocidos. Mientras compartían un mismo espacio, se preguntó una y mil veces porqué había llegado hasta ahí. Por el rabillo del ojo podía verificar que todavía estuviera allí, respirando el mismo aire y, tal vez, haciéndose las mismas preguntas.
El tiempo se había vuelto eterno, no como otras veces que estaban juntos y los minutos corrían como segundos. No esta vez. Casi podía escuchar la respiración de los presentes. Las voces le llegaban como diferidas, cavernosas. Los veía mover sus bocas y por momentos alguien lograba atraer su atención. Pero duraba poco. Se movía incomoda en la silla, revolvía una y otra vez la cartera, miraba cien veces la hora del celular que parecía estancada, como sus lágrimas.
Había corrido porque necesitaba verlo. Todos esos días la ansiedad fue construyendo una bola de angustia en su estómago. ¡Tenía tantas preguntas para hacerle! ¡Tantas cosas que decirle! Tanto que escucharlo…
Por fin salieron del lugar. Todavía se sentía el frío, y gran parte del camino el aire se mantuvo escarchado. De apoco, se soltaron. Varias veces se miraron y sin hablarse se dijeron:
- Tenemos que hablar
- Si
- Ahora?
- No, mejor después…
Cualquiera que los hubiera observado jamás imaginaría el torrente de sentimientos encontrados que recorría las venas de cada mano con la que se acariciaban, o la cantidad de palabras que encerraban las bocas con que se besaban, o los extraños brillos que escondían los ojos con que se miraban.
Entrada la noche, el cansancio comenzó a tomar por asalto sus movimientos. Las caras disimulaban, por fin, tras esos ojos rojos de cansancio, los nubarrones que los atormentaban.
Se acostaron y se abrazaron fuertemente, como si por la ventana pudiera entrar un viento tan fuerte capaz de separarlos. Entrelazaron los brazos, las piernas, las manos. El cerró sus ojos y ella dejó escapar mil preguntas por los suyos. Las lanzó a la oscuridad, al silencio de las penumbras, con la intima sensación que eso era mejor, que la respuesta fuera nada.
Hablaron toda la noche entre sueños. Todo lo que no hablaron cara a cara. No sabía exactamente qué, no podía recordarlo. Pero tal vez sus preguntas habían quedado en el aire y habían encontrado una respuesta que ella no escuchó. Se despertó cansada. Con la garganta seca. Extendió sus brazos en el aire y los agitó, espantando a los fantasmas de la noche que aun, rezagados, no daban cuenta de la luz del día. Miró la hora, todavía era temprano. Lo miró a el. Estudió sus gestos. Intentó indagar las líneas de expresión de su cara. Escuchó su respiración buscando decodificar su interior. Pero todo fue en vano. Solo le surgía una sensación al mirarlo, el querer besarlo. Finalmente se rindió, besó sus labios, acomodó nuevamente su cabeza en el hombro de él y se durmió.
El despertador la sobresaltó. Ahora si era hora de levantarse. El por fin abrió sus ojos y la miró. Una vez más ella se lamentó no poder leer su mirada. Una mirada bella, llena de tanto. Firme. Penetrante. Pero que en lugar de responder, indaga. En lugar de clarificar, pregunta. Algunas veces se volvió límpida. Llena de brillo, como relajada. Pero sólo algunas veces. Tal vez sean sus ojos los que la llenan de esa terrible ansiedad. Sabe que lleva dentro un gran dolor. Sabe que no se siente bien, lo entiende. Sabe que sus ojos no le mienten y muestran un interior que arde. Los vió varias veces al borde de las lágrimas, y ella escondió los suyos que también desbarrancaban. Y aunque a veces la lastiman, no se cansa de mirarlos, esperando que en algún momento se disipe en ellos la bruma y pueda ver por fin el sol que siente, tiene dentro.
Como no podía ser de otra manera, el tiempo ahora si pasaba rápido y ninguno parecía dispuesto a empezar el día sin el otro.
Se buscaron. Se probaron con las bocas. Se reconocieron la piel con cada parte del cuerpo que rozaron. Nuevamente las palabras se colgaron de la persiana para dejarlos sentir. El calor de sus cuerpos quebró el frío matinal. Las sombras que se escondían en el cuarto corrieron a esconderse y esperaron el momento exacto para asaltarlos nuevamente.
Se despidieron con un beso. Ella, finalmente fue vencida por el silencio que la atormentaba y dibujó algunas palabras. Sintió que la herían al salir, que arrastraban con ellas todo su interior. Perdió la elocuencia y sus ojos reaccionaron al ardor. Peleaba consigo misma. Quería hablar, quería recomenzar el día anterior… pero a la vez no quería. Más bien quería escuchar, pero el miedo a esas palabras también la paraliza.
Miedo a que esas palabras borren de un plumazo todos los gestos que fue juntando como un tesoro precioso. Pero el tiempo nuevamente corrió y el silencio, que tembló ante el inminente desenlace, consiguió algunas horas más de ventaja.
Ahora ella vuelca acá decenas de palabras, que tampoco rompen el silencio, nada mas que para engañar la espera, mientras en cada letra revive los momentos, mientras siente el gusto de su boca en la de ella, su piel suave, la temperatura de su cuerpo, y su perfume vividamente corpóreo en toda la casa.

viernes, 30 de octubre de 2009

Historias breves, de pasillos largos

I

Patea sus propias sombras sobre la dureza gris del cemento. La piel curtida, curtidísima, de los años de intemperie. Una intemperie doblemente feroz. La intemperie de la lluvia que no lava, del sol que reseca, del viento que erosiona… y de la vida.
El paso cansino denota años inverosímiles, 20 mas de los que son. Vida que pasa rápido en la piel, y demasiado lento en el tiempo. Ojos de haber visto demasiado de lo que no se quiere ver, y de haber perdido ya las ansias de ver las cosas que no le dejaron ver.
Tristeza, los surcos de sus ojos marcan el áspero camino que royeron las lagrimas de años.
Una vida no vivida. Va arrastrando los pies, como con miedo a que el piso también se caiga y termine de una vez por todas de estar colgado de la nada. Los zapatos a modo de chancletas, rinden sus últimos metros útiles. Un traje 2 talles más grande que alguien habrá entregado tras su desgaste. El pelo raído, entre cano, entre sucio, entre peinado.
Mira al suelo. Tal vez sea por la espalda y el peso de tantas mochilas cargadas. Tal vez busque algo que alguna vez perdió o le quitaron. Tal vez no quiera mirar a los ojos a los otros transeúntes, en los que encontrará miradas de susto, rechazo o pena.
Tal vez vive otro mundo en su cabeza. Tal vez decidió escapar y desconectar su cabeza.
Sólo las tripas de vez en cuando, le recuerdan que sigue a la intemperie en la ciudad de los grandes edificios y obras de bacheo en las cual ya le han dicho, no tiene lugar. Con el diario de hace una semana bajo el brazo, vuelve hablando de entrevistas de trabajo imaginarias.
Ya oscurece y enfila hacia los pasillos, donde la oscuridad le quita hasta la compañía de su sombra.

II

Desde chiquito adoptó la tierra como mejor calzado. No conoce el parquet. El piso de donde vive tiene carpeta de cemento, que termina en el umbral que da paso a un largo laberinto de pasillos que forman lodazales con la lluvia.
En su corta vida ha visto morir un hermano por diarrea. Solo recuerda el llanto curtido de la madre, casi silencioso entre los dientes apretados… y algunas palabras de un doctor diciendo no se sabe qué, del agua potable. Recuerda que sintió dolor, aunque pronto se acostumbró a que esas cosas pasaran.
Recuerda también una hermana, la más grande. La que el más quería. La que lo cuidaba a el y sus otros 4 hermanos como si fuera una madre. La recuerda y la extraña. Y a veces sale a recorrer el barrio aun buscándola. Se fue. Algunos dicen que la fueron. Una vez escucho a una vecina hablando con su madre, quien una vez más, con un llanto silencioso entre los dientes apretados, oía no se qué de una casa con muchas chicas jovencitas, de la policía que los cubría…
El la extraña. Pero su madre la extraña mas que nadie… y varias veces la vio perder la mirada en las jóvenes que pasan por el lugar, como buscándola también. Su madre también, de alguna forma, se perdió ese día.
El no sabe si llorarla o no. Ya debería estar acostumbrado a que a cierta edad la dura vida se vuelve más dura. Ya la gente no le toca la cabeza por la calle, ni le convidan galletitas. Y sabe que a las chicas les va peor.
No sabe si llorar a su hermana o agradecer que no haya aparecido aún, violada, en un zanjón.

III

No era grande. Pero el trabajo duro de la fábrica había consumido su juventud tempranamente. Es extraño escucharlo cuando recuerda. Depende el día y depende el alcohol que haya tomado.
Si está sobrio, comenta con orgullo que el fue un trabajador. Cuenta que cumplía un papel fundamental en los hornos de una metalúrgica. Que estaba casado y que con su mujer habían alquilado una casita cerca de su trabajo. Ella había dejado el trabajo que hacía para coser en la casa. Tenían todo planeado. Querían prepararse para tener un hijo. El llevaba varios años trabajando y confiaban que ya podían garantizarle lo que necesitara…
Pero siempre que llega a esta parte del relato, los ojos se le vuelven vacíos. Secos. Duros. Y la garganta se le tensa. Donde sea que esté se levanta y busca un trago. Y se mantiene callado hasta tomar por lo menos dos botellas con la mirada fija en algún recuerdo.
Cuando el alcohol le afloja los labios vuelve a la carga. Ya de manera casi incomprensible relata hechos mezclados y por su expresión, sumamente dolorosos.
El orgullo de su trabajo desaparece para relatar un accidente. Una vez habían cargado la chatarra en el horno y éste se había tapado. El fino hilo de oro de acero fundido no corría y lo invadió un profundo temor. Si la chatarra se enfriaba dentro del horno podría romperlo y tal vez el se quedara sin trabajo. Reaccionó desesperado, intentando destapar el orificio con un palo. El tapón cedió y el acero al rojo vivo fluyó con enorme fuerza. Se quemó, se quemó todo el pecho y los brazos, y mientras dice esto muestra con su camisa abierta, el paso del acero por su piel. Internado. Varios meses. Sentencia mientras cierra nuevamente su camisa. El resto del cuento nunca sale de su boca. Pero todos saben el final.
Estaba trabajando en negro. Nadie se hizo cargo de lo que le pasó. Le tiraron unos mangos y se borraron.
Su mujer volvió a trabajar, limpiando casas. Y debieron abandonar la casita alquilada para mudarse a lo de su cuñada, a una piecita en uno de los pasillos de tierra sobre los que ahora llora, solo, hablando solo y vomitando bilis.
Se toma el hígado mientras se retuerce en el piso.
Su mujer se había enterado, en el momento que el sufría el accidente, que iban a ser padres. Y no quiso preocuparlo. Ante la situación en que se encontraban, sabiendo que las cosas irían de mal en peor no le dijo nada.
El se enteró cuando fue a reconocer el cuerpo al hospital. Murió por un aborto clandestino.
Ahora el pasa sus días apagando con vino el acero que todavía siente lacerando su pecho.

jueves, 22 de octubre de 2009

Ale, pintura de tarde de domingo



El sol comienza a debilitarse, cansado de la larga jornada. Hoy más, porque los domingos le dan fiaca, como a cualquiera. Es la hora en que comienza a quebrarse el día y los rayos del astro iluminan, pero ya no queman. Se entremezclan con las suaves brisas de la primavera, que traen los últimos suspiros del oscuro invierno que se está yendo.
Llegan ansiosas, buscando un poco de descanso de la ciudad que no para y de la rítmica cotidianeidad. Un descanso de esos días en que se comprimen semanas, de las semanas que comprimen meses.
Las fastidia la cantidad de gente que ha buscado el mismo refugio, pero rápidamente las olvidan dando rienda suelta a la charla reparadora.
Una islita de pasto entre el polvillo de tierra seca a modo de divan de terapia, el árbol escuálido que, alguna vez tal vez, sea sombra... las acompaña, y un río enorme y marrón que no se detiene, de telón.
Olvidan por un momento lo que venían hablando, mientras acomodan sus cosas, siempre muchas. El humo del termo con agua hervida se mezcla con el de los cigarrillos que salen a la pista de baile entre las manos inquietas que grafican gente, situaciones y sentimientos recortados en el aire.
Se sientan y fijan su mirada en el río unos minutos. El mate comienza su trabajo y la relajación da paso a nuevas palabras.
- ah! No te conté… ¡No sabes!; Es la presentación de alguna anécdota seguro
jugosa.
Son esos los momentos únicos en que las cosas mas difíciles dan risa, y donde todo parece tan fácil y sencillo. Las cosas que preocupan parecen no ser tan graves, como si por momentos los problemas fueran compartidos. Se ponen al día atropelladamente. Se mezclan historias y personas.
- No! No me digas… bueno, a mi también me pasó…
- Ah! Pero pará! Eso no es todo.
En esos momentos se puede parar el tiempo y hacer lo que se quiere. Los personajes de los relatos adquieren formas y comportamientos según plazca a sus relatoras, y actúan y se mueven de acuerdo a las necesidades del momento. Se imaginan situaciones, ridiculizan tensiones, y de tanto en tanto… lloran unas lágrimas. El griterío de la gente del lugar vuelve a filtrarse en la escena por unos instantes. Un abrazo, un par de palabras seleccionadas, o simplemente el silencio, para que el mate vuelva a circular y se sigan dibujando historias en el aire.
En una pausa, miran a unos niños pidiendo moneditas alrededor y se preguntan si podrán lograr un mundo diferente para ellos. Por un momento la realidad golpea nuevamente y la conversación se torna seria, con tono plomizo y preocupado. Pero tras esas palabras elocuentes y firmes siguen sentadas las mismas que hace unos minutos reían como niñas o lloraban historias de vida, en esas tardes de domingo en que vale soñar y decir lo indecible.
- y si lo besas y se convierte en príncipe?
- Jajajajja! Callate, no seas tonta. Los príncipes no existen y lo sabemos muy bien, mejor tomate el mate que no es un micrófono nena
- Si, ya se. Decía nomás… para ponerle un poco de onda.
Pero el chiste produjo un silencio, mientras el mate se enfriaba en las manos. Nuevamente las palabras serias acompañan las caras de reflexión.
- Te das cuenta cuanto aun nos queda de aquello aprendido en la niñez!?
- Y si, tantos cuentos de hadas y princesas.
- Tantas casitas de muñecas y bebotes consentidos.
- Y la escobita y el secador?! Te acordás….?
- Y el juego de te y cacerolas?
- Nos educaron para ser otra cosa y, a pesar de todo lo aprendido y todo lo recorrido… y aunque nos riamos y nos parezca tonto. ¿Cuánto de eso nos sigue rondando dentro?
- Son como pequeños dientes de engranajes rotos que hacen ruido al querer rodar.
- Contradicciones.
- Idealistas.
Y con cara de repudio analizan los preceptos maternos, los condicionamientos sociales, la auto represión y la sociedad que las hace creer libres, pero que tiene completamente condicionadas la cabezas.
Y así siguen parloteando hasta que el frío del atardecer las sorprende. El mate ya frío y seco se vuelca en la tierra y les recuerda que ya es hora de irse.
Vuelven cada una a su casa y mientras preparan y programan la semana piensan…
¿Éramos más felices cuando creíamos aquellos cuentos? Llenos de dificultades, malvadas brujas y monstruos… pero con la íntima tranquilidad de saber que terminaban bien.
Es difícil aceptar que sólo eran cuentos cuando en la televisión, las propagandas y “lo correcto” te dicen que son verdad. Está en cada uno entender que no hay destino ni azar que determine la existencia. Que no hay magia ni príncipes en jinetes que rescaten doncellas. Que hay que jugarse, porque cada día y cada momento vamos siendo hacedores de lo que nos pasa.
Por suerte, sigue habiendo domingos para los sueños, para poder verlos, hacerlos palabras y hechos, contrastarlos con la realidad y preocuparnos por conquistarlos.
Por ¿suerte? no necesitamos los domingos para contar con esas amigas. Pero necesitamos de una enorme ambición sobre el futuro, para contar con estas compañeras.

lunes, 19 de octubre de 2009

Oniris

Cuenta la leyenda que Oniris habitaba en una tribu que había perdido sus dioses.
Múltiples catástrofes los habían alejado enormemente de aquellos astros que en otros tiempos marcaban los ritmos de la vida. Había sido un día en que decidieron no consultar más los oráculos y hacer sus propios destinos.
De esta manera transcurrían los días y los años placidamente, construyendo realidades.

Oniris era parte de esa tribu y bajo el sol que regaba los verdes brillantes jugaba a los cuentos. Gustaba de inventar y relatar historias lejanas, sobre aquellos antepasados supersticiosos. Tomaba sus dioses y los reconvertía, los traía al presente en extrañas formas. Los humanizaba, los bajaba a la tierra de los humanos sin sus poderes y los sometía a las vicisitudes mundanas, demostrando que aquellas antiguas creencias no eran más que fabulas. Que en cada hombre se hallaban gran cantidad de dones que se recolectaban en el camino de la vida y no en el paso por el río donde antes se creía que habitaban los no natos.
Se burlaba del dios de los vientos, de los mares, de la ira y del amor. Los miembros de la tribu la escuchaban siempre atentamente mientras de su boca las palabras se descolgaban hiladas en finas hebras de plata que se colgaban de las nubes y mecían su voz en dulces ensoñaciones.
El ritual tenía lugar por las noches, junto a los fuegos que se encendían para burlar la oscuridad que teñía de grises las praderas, aquellas mismas que durante el día eran brillantes. Allí, las cosas que eran cotidianas bajo la luz del sol, perdían sus habituales formas para transformarse en extrañas criaturas según el relato lo requiriera. Los árboles podían ser poderosos dioses que agitaban sus brazos en ataques de sobrehumana ira. Los arbustos se transformaban en los primeros hombres que se escabullían entre los pies de los dioses en sana rebeldía. Los ríos que los rodeaban, podían ser las lenguas de plata de las estrellas que bañaban la tierra de terribles maldiciones. La cosa se ponía mejor si algún animal salvaje pasaba correteando por entre los oyentes. La escena se llenaba de tensión y el viaje al pasado era una excursión inolvidable.
Las luces ocres y naranjas del fuego y el crepitar de los leños daban el toque final a relatos fantásticos que, al apagarse, se esfumaban en los sueños de aquellos que cerraban sus ojos y se perdían en un mundo de fantasía, mecidos por la dulce voz de Oniris.
Este se había transformado en el pasatiempo favorito de los nativos, como un elixir que garantizaba un sueño profundo y plácido para, con las primeras caricias de la mañana, emprender nuevas jornadas llenas de realidad.
Entre los nativos se encontraba Realis.

Realis no faltaba nunca a la cita de la noche. Y era el único que nunca se dormía abrazado a las historias de Oniris. Escuchaba atentamente cada una de las palabras y las guardaba como tesoros. Durante el día podía mantenerse despierto y en medio de los quehaceres se le acercaban muchos otros que, habiendo caído bajo el ensueño de la noche, se habían perdido el fin de alguna de las historias. Entonces el repetía una a una las palabras y los gestos que Oniris había derramado durante la larga noche.
Nunca nadie se extrañó sobre esto. Realis nunca dormía y todos los días rendía en sus labores como quien había dormido toda la noche.
Un día se desató una tormenta como pocas veces se recordaba hubiera sucedido. Ni siquiera en las historias de diluvios que Oniris había relatado se podía encontrar una referencia a semejante obra de la naturaleza. Ese día fue particularmente extenuante. Refugiar a los animales. Levantar las cosechas antes que se pierdan bajo las incansables gotas de agua que penetraban frenéticamente la tierra. Reforzar las viviendas y proteger a los niños. Todos corrían y hacían sus mayores esfuerzos para resistir las ráfagas de agua y viento. Ese día Oniris se sumó a las tareas de sus hermanos y no pudo dormir el reparador sueño diurno que le permitía pasar noches enteras sin siquiera hacer una pausa en sus palabras.
El anochecer trajo alivio a la aldea y el viento se llevó la lluvia bien lejos, dando paso a una luna enorme y rellena que llenaba de luz blanca las mesas de la cena.
Pero esa noche nadie comió. Un grupo de niños corrió a atizar el fuego de las noches de leyendas. Todos querían escuchar las viejas historias de la Mesopotamia sobre Iskur, el dios de las tormentas y la lluvia. No faltaba casi nadie en el encuentro de esa noche. Solo aquellos que, muy cansados, habían acudido a sus lugares de descanso para entregarse a un sueño reparador que no requería de relatos fantásticos.
Como era de esperar, Oniris se sentó en un rincón oscuro, reparado de la luz lunar y comenzó su relato. Como todas las noches, respiró hondo y comenzó a hilvanar hermosas palabras llenas de imágenes y colores. Cada gesto, cada descripción, recordaba en cada uno de los asistentes la jornada vivida. Como el aire se había llenado de agua tornando casi irrespirable el lugar. Como cada músculo se había tensado de sobre manera para poder enfrentar los vientos. Hablaba de una vieja leyenda en que un desierto se convirtió en un inmenso mar salado. Había transcurrido muy poco del relato cuando el fuego comenzó a apagarse, mucho más rápido de lo habitual. Las maderas húmedas competían con las llamas matándolas poco a poco. Solo un pequeño resplandor quedaba del intenso naranja y rojo que hacía unos minutos bañaba el lugar. Oniris continuaba con su relato, sin dar cuenta de lo que sucedía. Realis escuchaba atentamente, mientras observaba que todos habían sucumbido ante el cansancio y dormían profundamente. Mientras los observaba notó algo que le llamó poderosamente la atención. Las palabras de Oniris se desenganchaban unas de otras y perdían sentido.
Comenzaba a mezclar viejos relatos con relatos que Realis nunca había escuchado aún. El los conocía de memoria, y ya conocía cada uno de los dioses que Oniris había humanizado. Y sabía que algo no andaba bien en esta ocasión… El dios de las tormentas se había transformado en un dios que correteaba a los hombres distraídos y los enamoraba. Realis se acercó lentamente a Oniris para escuchar mejor, porque sus palabras se iban consumiendo casi en el borde de los labios, hablando cada vez mas despacio. Debió acercarse tanto tanto para poder escucharla que su rostro quedó frente al de ella. Podía sentir su respiración entre cortada. Oler su perfume de hierba mezclado con lluvia. Oniris estaba hablando dormida. El cansancio de la jornada le había dado una estocada profunda. Un pequeño haz de luna se filtraba por las hojas del árbol bajo el cual Oniris se había acomodado, y se acurrucaba sobre su cara, permitiendo a Realis ver cada detalle de aquel rostro que hasta ahora sólo había podido contemplar cada noche entre penumbras. Los ojos estaban abiertos, pero perdidos en algún punto en que Oniris soñaría las criaturas que estaba describiendo, casi ya en silencio. Su boca entreabierta apenas movía los labios, como en un último intento de seguir pariendo sus historias.
Realis levantó su mano y suavemente le cerró los ojos, y la acomodó sobre el piso para que pudiera descansar. La miró y nuevamente acercó la oreja a sus labios. Pasó algunos minutos mas recostado junto a ella intentando escuchar las palabras casi balbuceadas, de una historia extraña de un tal Eros, de una tal Milita, en que se mezclaban regiones lejanas del mundo bajo un mismo poder. Finalmente Oniris dejó de balbucear y dejó de resistirse al sueño que la había poseído. Realis quedó junto a ella, repitiendo muy quedo las palabras que había logrado capturar. La miró profundamente y se sintió invadido por una extraña sensación. Sabía que no debía, pero acercó sus labios a los de ella sin dejar de repetir las palabras escuchadas sobre estos dioses antes in nombrados. La besó y sintió que ella comenzaba a hablar nuevamente, en susurros. El fuego ya se había apagado completamente y la luna se escondía tras el pesado cortinado de los últimos nubarrones de la tormenta.
Por la mañana el sol volvió a templar la hierba, y secó los últimos vestigios de la lluvia. Uno a uno los seguidores de fábulas comenzaron a desperezarse para encontrase, con sorpresa, a Oniris durmiendo profundamente bajo el árbol donde colgaba sus palabras.
Se acercaron a levantarla y ella intentó agradecer el gesto, pero no pudo. Las palabras no salían de su boca. La desesperación se dibujó en su hasta entonces apacible rostro. Los nativos se miraban unos a otros estremecidos. Sólo Realis permanecía sentado a un costado, mirando la escena, sin un rastro de cansancio en su rostro.
Desde ese día las noches de la tribu cambiaron. Realis ocupó el lugar de Oniris, relatando las historias que ella le contó al oído durante esa larga noche. Oniris se sienta todas las noches cerca del fuego a escucharlo, con la mirada perdida en aquel lugar donde puede ver las criaturas que Realis humaniza. Y esa noche, el relató su primer historia. La historia sobre el alma de los hombres. Sobre las palabras que son pequeñas gotas de alma que se escapan de los cuerpos para construir hermosas ficciones y necesarias realidades. Y habló de aquel extraño dios que se escabulló entre los hombres, cansado de sus palacios artificiales, y que en un arrebato en el que se hizo finalmente humano, realizó su ultima fechoría de travieso dios, robando el alma mas bella de los sueños con un beso, con la complicidad de Toth y Agni, dioses de la luna y el fuego en aquellas viejas historias de los hombres.

domingo, 13 de septiembre de 2009

Kraft-Terrabusi - Galletitas en rebelión


Dicen que en General Pacheco hay una fábrica de alimentos y que en los últimos días se han multiplicado las denuncias de extraños hechos. Estos comentarios me han llegado desde muchos lugares distintos. Gente del barrio, gente de los lugares más alejados… gente exagerada pero también mucha gente de la que no puedo desconfiar. Parada en un portón, entre gomas quemadas, se escucha claramente. Dicen, que en esta fábrica hay rehenes, gente ambiciosa que impide el funcionamiento de la planta, gente violenta que amedrenta, que se abusa de un supuesto poder para intimidar, que recurren a cientos de sucias maniobras con tal de obtener sus objetivos… y los ojos que voy viendo, rojos de ira, resaltados entre tiznes, me confirman que es verdad. Que así es. Que una inusual violencia se ha desatado… pero parece que esta violencia no es nueva, ha estado larvada por muchos años, ha sido aplicada todos los días de forma menos perceptible.
Me metí entre las camperas azules indagando sobre estos personajes malvados que estaban haciendo tanto mal, y entre mates los nombraron: La patronal de Kraft.
Parece que la historia se remonta mucho tiempo atrás. Parece que esta gente ha tomado como rehenes la vida y el futuro de miles de trabajadores a quienes se cree en el derecho de enviar sentencias de muerte vía telegramas de despido. Dando vida en cuotas con contratos. Destrozando la salud en jornadas interminables de trabajo que, poco a poco, vuelve tu cuerpo inservible.
- ¿Y como llegamos a esto?, pregunté.
Una chica muy joven me respondió, con cansancio en sus ademanes, pero un brillo de fuego en sus ojos y una voz muy firme:
- La violencia de la que ellos se quejan no tiene comparación con la que nosotros hemos padecido! Y mientras pronunciaba estas palabras, se paraba y señalaba el último gran símbolo… los alambres de púas en los muros y la policía en los portones.
La escuchaba atenta y me sorprendía que siendo tan joven cargara como propio el dolor de tantos años, de tantos otros… Me volvió a mirar.
-Sabes que pasa… ellos dicen que invierten aca y tienen derecho sobre nuestras vidas, pero nosotros quienes invertimos acá, ponemos todo lo que tenemos y ahora nos lo quieren sacar…
Y con estas palabras en la boca llenan sus manos de odio y sus bolsillos de plata ensangrentada. Son los trabajadores los que realmente han puesto todo de si en su trabajo, han dejado sus años, sus vidas, le han robado tiempo a sus familias, a sí mismos por un sueldo… Cada hora de trabajo les ha servido para sobrevivir, cada hora de trabajo del obrero le ha servido a la empresa para obtener fabulosas ganancias.
Siguió murmurando por lo bajo, pero en sus ojos podía entender lo que decía.
Tras años de una maquinaria de explotación y opresión, se topó con un pequeño obstáculo que traba sus engranajes y estalló por los aires
Tal vez, creo, hay algo en esta máquina que hace ruido…
Y el ruido se fue haciendo un poco mas grande cada día, hasta que se convirtió en un chillido insoportable… - Con las vidas de las familias no se juega! Así dijeron los trabajadores y decidieron parar la mano a tanta desidia.
La extracción de vida cotidiana pasa inadvertida, no importa si aquellos chocolates o galletas que por cientos pasan por sus manos no serán probados por sus hijos, no importa si la harina y el azúcar no son mas que materias inertes que solo adquieren la virtud de un producto codiciado si pasan por sus manos… pero el temor ante una pandemia que pondría en peligro la vida de sus hijos fue un punto de quiebre para cientos de trabajadoras, que no dejarían que esta vez, se les pase por las manos.
Así fue que las galletitas quedaron alineadas en la cinta, quietas, humedeciéndose a la intemperie. El chocolate se enfriaba esperando cubrir alfajores que no cubriría. La mujer del paraguas desde cada etiqueta les daba una y otra vez la espalda. Se miraron y entendieron… dependía de ellas.
La empresa debió dar asueto, las madres pudieron sacar sus hijos de las guarderías y encontrar al regresar, algunas medidas mas serias de higiene.
Luego, casi todo, volvió a la normalidad… casi…
Terrabusi es Kraft, y Kraft es un monopolio Yanky, de esos que no temen apoyar un gobierno golpista como en Honduras, o despedir y arrojar familias a la miseria por no perder un dólar. Y Kraft sentía que en aquella rebelión latía un peligro. Su maquinaria de explotación había perdido un diente en el engranaje, y cabía la posibilidad que la alegría de haber ganado de los trabajadores, los llevara a intentar poner cada vez más frenos a su sed de ganancia.
Esperó, estudió los movimientos, constató con otros profesionales de la explotación que estaban amenazados… que los trabajadores, en pequeñas cosas y/o en grandes luchas iban tensando sus músculos, viendo que las palancas de la producción pasaba por sus manos, que las materias que mezclaban, cocinaban, cocían, fundían, solo valían si ellos intervenían en el proceso y que sin esto la empresa no ganaba. Que los derechos se conquistas, no se mendigan. Que así como no compartieron las ganancias en los momentos de bonanza, si les exigirían a ellos que se hagan cargo de las perdidas e, incluso, de darles mas ganancia aunque no tengan perdidas.
Fue así que el Sr. Kraft esperó el momento para atacar. Nada debía quedar de esas experiencias. El golpe debería ser tan grande que dejara fuera a los mas activos, y llenos de temor al resto. P
Pero el Sr. Kraft se confió. Su plan se topó con trabajadores que, viéndose a si mismos mas allá de sus puestos, se reconocieron hombre y mujeres, trabajadores, compañeros, unos con otros iguales y solidarios, una clase. Y entonces… Han recurrido a la seguridad privada, a la policía, a la infantería, a la justicia, a los fiscales, a los cuervos mas carroñeros de los abogados anti obreros… para intimidar, para desgarrar hasta las lagrimas a los trabajadores y trabajadoras de la empresa.
La batalla fue mas allá de lo pensado. Entre los gorros blancos se entremezclaron cascos azules y verdes. Entre las herramientas, palos y escopetas. Entre los no despedidos, los despedidos. Entre la confusión, la solidaridad de clase. Los cascos se volvieron impotentes. Las balas de goma y los gases de los asesinos no hicieron mas que enfurecer a los trabajadores de las galletitas.. y los hicieron retroceder. La ira, el llanto, la bronca, la impotencia contenida, los reclamos ante las injusticias de años de humillaciones y opresión de cada trabajador y trabajadora despertaron línea por línea.
Desde afuera se sentían los cantos. Otros trabajadores, estudiantes, familiares, militantes de partidos de izquierda, siguen atentamente cada movimiento, cada paso de los trabajadores, apoyan y saben que en cada gorro blanco de la fabrica radica parte del futuro de todo el resto.
Algunos porque quieren una vida digna. Otros porque quieren lo mejor para sus familias. Otros por odio ante las injusticias. Otros porque saben que, sin mas Sres Kraft que por cada galletita que vende dejan cientos de personas sin comer… se acabaría el hambre. Sin Sres Kraft que prefieren pagar multas millonarias y perder millones parando la producción con tal de no otorgar un triunfo a los reclamamos mas elementales de los trabajadores, nadie estaría sin trabajo.
Si los trabajadores de Kraft triunfan, si su ejemplo es tomado por otros trabajadores, si la unidad de distintas fabricas se suelda, si junto al resto de quienes nos vemos obligados a vivir de las migajas de los Sres Kraft nos damos un objetivo, si ese objetivo es que seamos libres de todo tipo de opresión, si nos organizamos para golpear con un solo puño confiando en nuestras propias fuerzas y en nuestra propia política, contra la política que nos hunde en la miseria… se acabarían los Sres Kraft, los fiscales que los defienden, los sindicatos que nos traicionan, los Estados que les garantizan su existencia y sus ganancias… Un pequeño paso… una apertura del camino, del camino a una sociedad sin explotados ni explotadores.

jueves, 27 de agosto de 2009

Garganta con arena, raspa y ahoga

Era una niña pequeña y como tal, creía que de noche las estrellas trepaban por las nubes hasta el cielo para iluminar los caminos de la gente que se perdía, de los que no podían dormir o de quienes, profundamente esperanzados, querían pedirles deseos. Pensaba que de día las estrellas, al perder luz frente al sol, bajaban a nadar a los ríos y lagos, quizás a algún estanque. Sabía que, de alguna forma, entre el cielo y la tierra no había grandes barreras. Aun asi, nunca pronunciaron sus labios un pedido, pero sabe que de alguna forma miles de veces lo formuló… mientras seguía, todas las mañanas, levantándose a buscar estrellas en su aljibe.
Un día, como tantos otros, miró minuciosamente el agua estancada, verdosa, pero no halló brillos astrales. Sin embargo, algo se movía y le llamó la atención. Un mechón de pelo se movía entre sombras. Hundió su brazo hasta donde pudo y extrajo del brebaje una extraña criatura. Hermosa e inquieta, ni bien puso los pies sobre la tierra comenzó a moverse con sorprendente soltura. En un principio el temor se apoderó de ella…. Era algo desconocido, con boca acida, pero a la vez la curiosidad le impedía huir del lugar. Intentó un diálogo. Era difícil, parecían hablar el mismo idioma pero costaba que se entendieran. Finalmente intentaron con los ojos. Naturalezas distintas, llenaban el aire de chispas y chillidos, pero la criatura era de las estrellas y ella la quería. Ella limpiaba el agua con cloro y la criatura la quería.
Apartir de ese momento, día tras día se encontraban en el fondo del jardín a intentar comunicarse… mientras ella echaba cloro en el agua, la criatura le daba luz de los astros y le daba calidez a sus días. Tanto hasta que se quisieron.
Durante las noches la criatura volvía a esconderse en las aguas estancadas, y así cada mañana al sacudirse en un afectuoso saludo, salpicaba con el agua barrosa sus ropas. Pasado el tiempo las extrañas visitas se volvieron parte necesaria del comienzo de los días. Luego había que ir a la escuela, en la que ninguna de sus amigas creían sus aventuras. Ninguna la entendía.
Ella volvía al jardín, ya no solo de mañana, también de tarde o de noche. Hablaba y hablaba. Le contaba de sus cosas y le pedía cosas que la criatura no respondía. Ahí ella se enojaba y por algunos días seguía de largo su camino sin pasar por el aljibe. A veces era al revés, y ella suponía que no había comprendido lo que le decía. Esta situación la llenaba de angustia. Decidió firmemente espaciar sus visitas. Dejo de llevar el cloro escondido en la mochila. Dejo una botella junto al aljibe para que la criatura limpiara sola su hábitat. Así, buscaba no pensar tanto en el tema y alejarse del fondo del jardín. Intentaba asomarse si veía el agua mas limpia… pero cada vez se enturbiaba mas. Entonces se sentó mirando la noche, de cara a las estrellas, y por primera vez dejó salir de su boca un deseo.
Por la mañana encontró a la criatura esperándola, junto al estanque. Una mueca de lo que suponía ser su rostro le sonreía. El agua en el aljibe reflejaba hermosamente el sol. Supuso el agua completamente limpia. Corrió hacia la criatura y decidió abrazarla. Miro al fondo del aljibe y se dio cuenta que el reflejo la había engañado. El agua seguía sucia. Y así pudo ver que la botella dejada junto al aljibe no era cloro sino aceite. Desesperó. Apretó la criatura contra su pecho y el frío le hirió la piel. La criatura se convirtió en una masa inmóvil y ella, al abrir los ojos y sentir su ausencia, descubrió a sus pies un montículo de arena. El abrazo fue infinito, sabe que duró años, y puede dar fe de lo que significa sentir la frase: como arena entre los dedos. ¿Por qué ella quería limpiar el agua? ¿Por qué la criatura dejaba que la limpie? Tal vez, el cloro le hacia mal y era eso lo que ella no entendía y lo que enojaba a la criatura. Tal vez no era la criatura la que necesitaba limpiar su agua. ¿Por qué ella nunca pudo limpiar su propio aljibe ni convertir sus entrañas en estrellas?
Ahora esta convencida que el cielo no se toca con la tierra, que las estrellas no cumplen los deseos, que la arena tiene sabor amargo y que su aljibe no puede dar luz.

La hallaron varios años después, hundida en el aljibe, seco, con la panza llena de arena y los ojos sin brillo.


- Mirá una estatua en un aljibe!


Hoy ya no mira las estrellas, bajo la boveda de un frio museo.

miércoles, 26 de agosto de 2009

Tableros

Dimos varias vueltas al tablero
Pasamos por la línea de llegada
Y la vimos del revés
Para hacerla de largada

Tuvimos turnos de suerte
Y malas rachas
Perdimos tiros, fichas
Retrocedimos casilleros
Otras avanzamos y
Obtuvimos comodines

En un juego en el que no debiera haber perdedores
Jugando con distintos colores
Pero compitiendo entre nosotros
El ultimo tiro fue difícil
Perdimos algunos dados
Se cayó el tablero
Y se desacomodaron las fichas
Decidimos seguir
Confiando en que cada uno tomaría la posición necesaria en el juego
Como para un empate
Negociamos tiros, lugares conquistados y apostamos nuevamente a escucharnos
Entendernos, entender al otro en un esfuerzo por comprender aun lo que parece innecesario
Estar atentos a los detalles y a los grandes hechos. Resolver es hacer. Hacer lo chiquito y hacer lo grande. Yo tire y perdí un lugar en uno de tus casilleros, y todavía espero
Aunque vos sigas tirando
Hasta q no me des lo que pedí no muevo
No puedo
Igual voy a esperar un par de jugadas más
Cuando veas esto será porque el reloj marcó el limite
Demasiadas fichas en ese casillero
Vos seguiste jugando
Y yo perdí todos mis tiros

martes, 11 de agosto de 2009

Inventario

Una bici sin cadena

Una casa sin agua caliente

Un lavarropas que no enjuaga

Una compactera que no lee cd’s

Unas columnas sin vidrio

Una mesa sin lugar

Una persiana para tener cerrada

Un Porta lámparas sin foquitos

Macetas sin plantas, tierra sin árboles

Botellas sin contenido

Cuadros sin marco

Fotos sin colgar, pintura sin usar

Besos para guardar y no poder dar

jueves, 23 de julio de 2009

nada

El horizonte se ve anaranjado, traslúcido, líquido. Me desoriento hasta que abro mis ojos. EL sol golpeaba las persianas de mis párpados para despertarme. El sol de la pequeña mañana, casi dorado, mas intenso en colores en el momento en que su calor es menos intenso. El cielo se ve límpido y las nubes agrupadas como en un ballet de espuma, abriendo paso a la estrella principal coronada de oro. Todavía no puedo dar cuenta de donde estoy ni como llegué allí. Me siento tan propia del paisaje que es como si hubiese estado aquí desde siempre, desde antes de siempre.
No intento incorporarme. Las dos manos juntas, bajo mi cara, se han calcificado luego de hacer de almohada durante toda la noche.
EL resto de mi cuerpo descansa, como luego de un terrible esfuerzo, como derretido sobre las hojas que el otoño dejó desperdigadas por el suelo y la primavera aun no se llevó. Me muevo un poco y es el crepitar de esas hojas lo que rompe el atronador silencio.
Me incorporo de apoco y una suave brisa de clorofila juega en mi nariz. Proviene de los pastos recién nacidos, mas allá del radio de alcance de la copa bajo la cual me recosté. Un colchón de ocres y marrones musicales, que sirvieron para el proceso de fotosíntesis que alimentó este hermoso árbol, y seguirán haciéndolo ahora luego de muertas, desde los mas profundo de la tierra, donde calan sus raíces. Que extraño destino.
La tierra es negra, negra, húmeda y suave. Al apoyarme sobre mi brazo para contemplar el paisaje que me rodea, mis dedos se hunden en ella. Su humedad debe deberse a lluvias no muy lejanas que han saludado este paraje y dejado sus caricias de plata y mercurio, de cristales líquidos reabsorbidos por todo lo que me rodea. Tanta belleza sería imposible sin las caricias de la lluvia. Extrañamente, desde que estoy aquí, nunca vi llover…
Apoyo mi espalda en el tronco, grueso, firme, descascarado de años e historia. El viento, allá a lo alto, mueve y agita sus brazos, escucho en el corazón de la corteza el crujir de sus entrañas. Embelezada en su música, entre cierro los ojos para saludar al sol que ya se encuentra en línea recta a mi mirada del horizonte. Bajo los ojos y miro mis manos, aun cubiertas con tierra. Juego con ella entre mis dedos, la extiendo, la junto, la esparzo por la palma, la aprieto entre los dedos. Posiblemente mi cara también se encuentre pintada del tizne negro del suelo.
Estiro mis piernas y veo mis pies, desnudos, desperezarse allá lejos, girar y contornearse, apuntando al verde pasto como implorando que les permita ir allí a humedecerse con el rocío que aun se ve, a lo lejos, como un barniz de alpaca sobre los verdes arremolinados pero cándidos, aun en letargo por los restos del frío de la noche.
Los pájaros aun no se han levantado y no dibujan en el cielo. Nada vuela y nada se mueve salvo el viento.
Donde mire solo se ven verde y colores, flores que se arreglan para una nueva jornada, esperando ansiosas los insectos que las visitaran y les contaran los chismes de las tierras no tan lejanas, pero que nunca conocerán
Cuando la temperatura fue la de mi piel, me lancé a caminar por la inmensidad. La maravillosa sensación de caminar sin rumbo porque si, dándole a mis pies la capacidad de sorprenderme, de hallar lo no buscado, gratos detalles de la vida perdidos en lo cotidiano.
El pasto verde, ya desperezado y calido por el sol, amortigua cada paso. Nunca jamás calzado alguno pudo igualar la sensación que tengo ahora. Frescura de menta sube por mis venas, absorbida por cada poro de mis pies. Suaves cosquillas que vuelven sensibles las callosidades de tanto andar. La tierra fresca y aun húmeda de rocío, cede a mi camino levemente. Llego sin prisa a una orilla donde se termina el pasto y comienza un borde de piedras ámbar, redondas, asimétricas, que brillan como las piedras preciosas, pero estas lo hacen calidamente. De alguna extraña manera, no dañan, se acomodan y ruedan entre si haciendo espacio a mis huellas, como recibiéndome en pequeños abrazos que estimulan la circulación de mi sangre.
Casi no noto el contacto con el agua cálida… tímidamente baña los dedos de mis pies. Se ve brillante. Como un manto de suave tela con vetas plateadas, límpida como el vidrio mas esmerilado, deja ver sin pruritos sus entrañas de verde musgo y colores vivientes. Apenas un sonido de chapoteo, tal vez en alguna de sus orillas juegue con las piedras que la rodean.
Me adentro en ella, siento que pierdo peso, que me vacío de carne y me lleno de espuma y liquido sin densidad. Me coloco en cuclillas hasta que mi boca la besa y mis brazos se mueven a mí alrededor dibujando pequeñas olas, tocando canciones como de una vieja vitrola.
He perdido completa noción del tiempo y el sol, que juega a la mancha en el estanque, y lanza un reflejo de luz directo sobre mis ojos, volviéndome en mi.
La sensación de haberme vuelto tan liviana como el mismo aire y haberme llenado del más puro elixir. Me pongo de pie, de espaldas al aro dorado que saluda. Una vez secas, las despliego… casi no se ven. Transparentes, como de tul, mis alas se elevan por sobre mi cabeza por lo menos un metro, las veo en mi sombra proyectada sobre el verde. Se mueven ansiosas. Desde aquí arriba la belleza es aun más hermosa. Las formas verdes se uniforman en una sola con todas sus tonalidades, cortada y resaltada por algunas manchas amarillas o rojas, de flores olorosas. El estanque de agua se ve enorme,,,, hasta el horizonte, como una línea trazada por un hábil arquitecto, como al borde de derramar. Tal vez mañana podría intentar volar más allá y conocer nuevas tierras. Pensaba y meditaba la forma cuando un frío repentino, acaricia mi cuerpo y siento como si cientos de hormigas se desplegaran por mi piel. Es tan intenso que mi estomago se endurece y mis pies y manos arden, se queman. Otro frío aun peor me recorre. La incertidumbre de encontrarme ante un fenómeno que no debería ser en ese tiempo y en ese lugar.
Suavemente apoyo mis pies y como amortiguando el aterrizaje, doblo mis rodillas hasta acariciar nuevamente la tierra con mis manos. Una mancha oscura toma forma a medida que se despega de los árboles. Es una mancha uniforme. No pareciera tener ni cara ni extremidades, pero las veo. Sus ojos están clavados en mi y su boca entreabierta, como a mitad de una palabra, no emite el mas mínimo sonido, ni siquiera de respiración. A medida que se acerca, un olor agudo me toma por asalto, como si esta cosa se estuviera pudriendo por dentro. Me quedo petrificada a su espera. Sigue un camino lento, arrastrando su masa oscura. Como ido. Pasa a mi lado y solo me roza, como si yo no existiera. Lo vi perderse a lo lejos, sin poder sacar los ojos de su figura. Pude ver un resto de lo que podría ser su cabeza, bañado en un naranja brillante de atardecer. A su paso, dejó un camino marcado por el pasto podrido.
Volví en mí, me miré el cuerpo, las manos, los pies… nada había pasado.
Caminé alejándome de la orilla donde aquella extraña criatura se esfumó y allí fue cuando, sobre los verdes teñidos de vetas rojas, no las vi. Solo mi sombra. La criatura no se había esfumado, se había echado a volar con mis alas.
Me recosté junto a un árbol y lloré mares, lloré hasta casi deshidratarme, sin poder detenerlo… podría llenar decenas de aljibes con mis lágrimas. EL dolor de la pérdida solo era superado por el dolor del llanto, mis ojos se hinchan y duelen… mis costillas se doblan ante los espasmos… no recuerdo si en algún momento me alivié, lloré hasta dormirme.

Me despierto por la mañana bajo el árbol, recostada sobre la tierra, negra, húmeda y suave. Al apoyarme sobre mi brazo para contemplar el paisaje que me rodea, mis dedos se hunden en ella. Su humedad debe deberse a lluvias no muy lejanas que han saludado este paraje y dejado sus caricias de plata y mercurio, de cristales líquidos reabsorbidos por todo lo que me rodea. Tanta belleza sería imposible sin las caricias de la lluvia, pero desde que estoy aquí nunca vi llover…







lunes, 6 de julio de 2009

Honduras - En memoria de Isis Obed Murillo

Hambre… miseria. No más que un pequeño espacio en uno de los cuadros del tablero.
Miles de almas para apostar en manos de este sistema pérfido.
70 % de pobreza y sin capacidad de subsistencia propia, Honduras pasa los días de la Historia como tantos otros, olvidados y descartados. Rescatados solos para emitir un voto en algún organismo, ser base de maniobras de alguna potencia, ser el pequeño latifundio de algún poderoso y mano de obra de algunos varios patrones.
En uno de sus billetes, el Indio "Lempira" (héroe nacional de origen Maya-Lenca, que luchó contra los españoles, en defensa de la libertad y cultura de su pueblo). En los otros, unos cuantos gringos. Militares, estadistas. El de mas alto valor, lleva la cara del Dr. Ramón Rosa, quien fuera parte del gobierno de Marco Aurelio Soto, que también tiene su billete. Soto llega al poder como presidente provisional luego de obligar a José María Medina a renunciar. Este gobierno, además de declarar que se encargaría de “mantener el orden público” fue el que impulsó el primer proyecto de desarrollo capitalista en Honduras. Una más de las historias de los países oprimidos.
El riesgo es perder de vista que en esa Historia va quedando gente en el camino. La gente que muere y la gente que no vive o sobrevive. Niños sin futuro. Esclavos modernos. Dependencia hasta lo inaudito. Expoliación. Ese es el lugar que el capitalismo les ha dado en la Historia.
Una Historia que no difería demasiado en el último tiempo. Honduras, en mano de otro liberal, seguía gimiendo bajo los escombros del mundo. En una larga noche que no amanece. De pies descalzos y carros. De pobres pobres y ricos ricos.
Pero la tormenta se erigió sobre sus pies y son sus potentes puños golpeó a todo el globo. El imperio Yanky comenzó a sangrar… y su sangre infestada de veneno corrosivo, de acido, se desparrama por toda la tierra.
El temblor llegó a todos. Ante esta herida gangrenada, cada cual busca reubicarse para no perder sus intereses. Grandes movimientos de naciones se producen. Los burgueses están asustados… y preparan toda la artillería contra los pueblos que el sacudón despierte, contra los que aun duerman, contra nuestras espaldas que una vez mas recibirán el castigo por no estar de pié, por sostener sobre sus hombros un grupo de parásitos y sanguijuelas que, como carroña, se apiñan en la sangre del capital.
Honduras seguía su camino en la Historia, cuando el nuevo tablero que se esta diseñando llevó a sus gobernantes a buscar apoyo en países signados como malditos por el gran capital. Países que solo buscan también su lugar en el tablero y no precisamente patearlo, pero con un discurso de confrontación que preocupa a los burgueses asustados. ¿Qué pasaría si esas palabras fueran tomadas por puños de carne y hueso que las hicieran realidad?
Una idea intolerable, un ensayo de respuesta.
Como hace 30 años, Latino America se tiñe de rojo sangre y verde militar. Las botas del capital toman las calles y empuñan armas asesinas. Los países “civilizados” del mundo se llaman, se juntan, se escriben, se codean… La reacción del pueblo está en la calle, no hay tiempo para oficinas.
-¡Asesinos! Es un susurro que recorre las calles, hasta convertirse en una exclamación que toma los cielos. La atención es grande. Hay que resolver este problema por las vías de la diplomacia, de la política (pero burguesa). La OEA se debate en un laberinto. Piden por favor al príncipe negro un gesto de cambio, un gesto que evite que la noche cerrada que ha caído sobre Honduras traiga el recuerdo de la escuela de las Américas, de los desaparecidos, de los exiliados, de los asesinados, de las masacres coordinadas de las burguesías latinoamericanas y el imperialismo. Millones en estas latitudes odian al Tio Sam… Hay que evitar que el odio se corporice en estallidos de bronca en los rincones de los suburbios de la vida.
El príncipe negro hace una mueca de desagrado y esboza una lágrima de dolor.
No alcanza.
Una multitud se moviliza para reclamar la vuelta del presidente.
Un avión cargado de lastre no llega a aterrizar
Los asesinos abrieron fuego contra la multitud
La Historia se reescribe con nuevas vidas que terminan su historia allí, en el cemento.
Isis Obed Murillo tenía 19 años apenas. Quien sabe si siquiera pudo votar a aquel por quien se encontraba en el aeropuerto.
Fue, valiente, desafiante como tantos otros, de frente a sus opresores. De cara a las carabinas, contemplando con los ojos llenos de temor las figuras verdes que se apostaban en la pista. Pero no estaba solo, cientos de brazos mas se agitaban, y miles de voces repetían sus clamores. El estado de sitio. Los nuevos desaparecidos y asesinados. Los perseguidos, los de las listas negras… cada uno un motivo para erizar la piel de quienes gritan.
Los disparos.
Isis Obed Murillo cae al piso. Le dispararon por la espalda. Una bala entró por su nuca y ahogó en sangre su voz.
El camino desde que lo levantaron hasta el camión donde lo cargaron quedó regado de la sangre que escurría a borbotones.
El camino de la lucha de los oprimidos tiene un nuevo sendero de sangre.
La Historia de los pueblos oprimidos tiene una nueva bandera con cara de niño.
Nuestra piel tiene un nuevo motivo para erizarse y agitarse.
Nuestras bocas un nuevo nombre para exigir.
Nuestros puños, nueva fuerza para levantarse.
Los trabajadores del mundo deben ponerse de pié y gritar y exigir
TODOS CON EL PUEBLO DE HONDURAS


lunes, 22 de junio de 2009

Corazon violento

Todo está en movimiento, todo el tiempo. Porque incluso aquello que parece estático, si se mantiene quieto, retrocede.
Depende la velocidad que nosotros mismos llevemos, será la velocidad con que veamos pasar las cosas. A veces, las mas, sin darnos siquiera cabal cuenta de todo lo que a nuestro alrededor cambia, y de todo aquello que cambiamos.
Hay un momento donde nuestro libre albedrío toma cuerpo, se yergue sobre nuestro pasado mirando hacia delante. Hay momentos donde, definitivamente, nos damos cuenta de los cambios. Y en esos momentos, todo parece detenerse y la inercia nos duele en el estomago.
Por nuestra cabeza pasan imágenes, voces, roces, sensaciones… vértigo. Mucho vértigo… Son esos pasos que cuestan, pero que realmente hacen el cambio. Para bien o para mal dependerá de hacia donde caminemos, pero cada paso nos hace crecer, nos enfrenta a nosotros mismos, a nuestros miedos y deseos, a lo que somos, a lo que no queremos ser, a lo que apostamos..
Son pasos de vacío en el estomago. Muchas veces pasos salados y nublados de lágrimas. Los pasos que duelen. Los pasos en que dejamos pedazos de piel en el camino. Pero hay que darlos. Son esos pasos donde nuestras vidas cambian de rumbo, son las encrucijadas del camino que enfrentamos sin planos ni guías, en los que nos guiamos por la intuición, el corazón o la convicción, dependiendo de cuanto hayamos preparado el camino. Dejamos de ser para ser.
Construir. Pensar, querer, sentir, ponernos objetivos, un norte donde llegar y jugarse. Construir, el vértigo de transformar radicalmente nuestras realidades. Apostar. Arriesgar. Nunca esta garantizado el éxito, pero el intentarlo nos hace distintos. Cada uno de los minutos vividos, VIVIDOS, nos hacen. El vértigo de saber que depende de cada uno de nosotros. El punto donde ya no hay destino, ni providencia, ni azar ni devenir que decida por nosotros. El punto donde tomamos el mando del destino, la providencia, el azar y el devenir.
Jugarse. Arriesgar. Apostar. Actuar, acción…
Tomar conciencia que cada cosa depende de nosotros y comenzar a ser libres.
Vértigo Inevitable.
Cada paso depende de uno, pero si prestas atención, podrás escuchar muchos pasos mas a tu lado.
Si te gana el vértigo, cerrá los ojos y extende tus manos… entre varias, encontrarás las mias.
Ya te sentaste al juego. Estas son tus primeras cartas de la partida.
Felicitaciones.
Bienvenido.

lunes, 1 de junio de 2009

Sueños y tormentas

El sueño entrecortado me asalta varias veces en la noche. Me despierto con la cola de los sueños golpeándome agudamente.

Éramos varios en la sala. Tres o cuatro sentados a una mesa, como de oficina, con vidrio. Cuatro más en un sillón rojo y el resto como colocados sin querer, dispersos en la habitación. Cada grupo habla para dentro, aunque no logro escuchar lo que dicen, siento que me miran de reojo aunque me sienta omnipresente en realidad.

Solo uno no habla ni se comunica. Sentado en el medio del sillón, con las piernas entre abiertas y los codos sobre las rodillas, descansa su cara sobre sus manos mientras fija la mirada en un punto infinito. Parece muerto.

Me acerco para hablarle pero no se mueve, ni me mira. Una chica rubia sentada a su lado me mira y se sonríe. Desliza su mano sobre la espalda del hombre petrificado, le sube apenas el pullover verde por sobre la cintura y lo rasca dulcemente, sin dejar de mirarme.

Intento hablar y no me salen las palabras. La escena se ha congelado y todos voltean para verme. Ya no hablan. Sus ojos pasean desde la cintura del hombre hasta mi cara una y otra vez.

La casa era enorme, antigua, muy pero muy blanca con marcos altísimos pintados de negro, al igual que las barandas de las escaleras.

Salgo desesperada de la habitación y lo llamo. No responde.

Vuelvo a entrar y ha cambiado su posición. Ahora se encuentra en la mesa, riendo y conversando animadamente. Nuevamente intento hablarle, gritarle… pero no me salen las palabras. No quiero que nadie escuche. Le entrego en mano un celular marrón, viejo. Le digo que lo encontré y es de el. Por primera vez detiene sus ojos sobre mí y se niega a tomarlo. Me enojo y se lo pongo en la mano. No se porque se me ocurrió que era de el, solo lo sabia.

Salgo nuevamente de la habitación y entro en otra muy alta, donde no podía ver el techo. Podía inferir que existía porque una enorme araña de luces, negra, apagada, colgaba en el medio del cuarto. Bajo ella, una mesa de bronce negra con un vidrio. Reinaba la oscuridad. Todo se veía gris por el propio reflejo que emitían las paredes blancas. Una luz apagada.

Llamaba al celular e intentaba una vez mas establecer una comunicación con ese hombre. Lloraba y solo podía repetirle: - No. Esto ya es demasiado. Una cosa es que estés con ella y otra muy distinta es que delante de mí se rían de esa manera. La vi tocándote la espalda, amorosamente, delante mío, y vos no decías nada.

Completamente enojado me decía que no. – Eso no es así. ¿Dónde viste que me tocara? No quiero que me molestes más. No esta mal que me toque si quiere. Soy libre.

- Pero te estas contradiciendo. Me negas que te tocaba y después me decís que esta bien

- No molestes

- Pero me hace mal

- ….

Entre indignada nuevamente en la sala. Esta vez, todos reían sin sonido, y me miraban. Le arrojé el teléfono y le dije que no quería saber nada con el y salí corriendo.

En la calle corría agotada, queriendo alejarme de esa muchedumbre. Pero me seguían. Salieron corriendo tras de mi.

En el camino tropecé con un payaso y una bailarina, que sostenían una barra a la altura de mi cintura. Estaban bailando y para poder seguir en mi camino debía pasar bailando por debajo.

Realmente no podía entender. Lo último que quería hacer era bailar. Esa gente tan feliz danzando en la vereda y yo que simplemente quería huir. Pensé para mis adentros que pasaría igual, pero que estaban locos si creían que me pondría a bailar para poder hacerlo. Puse mi rodilla derecha en el piso, junto a mi mano izquierda, para tomar envión y seguir. Pero bajaron la barra y la tiré con mi cabeza. La barra era de hierro muy pesado y el dolor que sentía era muy agudo. Había quedado mareada y me sentía culpable de haberla tirado. Me sentía enormemente torpe y entupida. El payaso, la bailarina y la muchedumbre que me seguía me rodearon y me echaron en cara el haberla tirado, el no haberme detenido a pensar por un momento como pasar y haberles arruinado el juego. Mire a los costados buscando algún gesto de apoyo, alguien cuerdo dentro de esta locura, pero a mi lado solo tenia una vieja, muy vieja, en silla de ruedas. Entonces me di cuenta que la barra la había golpeado ella, al querer pasar y no poder agacharse, y que al tirarla me había golpeado. Una sensación de alivio me invadió y quise explicarles lo que había pasado, pero se enojaron aun más y se abalanzaron sobre mí. Esa fue la última vez que desperté en la noche, completamente angustiada.

Eran las 5 am y todavía tenia una hora más para dormir. Pero fue en ese momento donde no pude más y estallé. Lloré y lloré todo junto. La tristeza y la bronca. Ya no me importaba cuanto solucionara… tiraba de las sabanas y la colcha como si desgarrara mi propia piel. Quería arrancarla. Hundí mi cara en la almohada para ahogarme. El ya lo sabía y no me dijo. Rebotaba en cada latido que sentía en la cabeza. Lo sabía y lo ocultó. ¿Y ahora que puedo decirle? Me sentía acorralada. Todo lo construido se había desmoronado, no sentía el piso bajo mis pies como para pararme solidamente en intentar de nuevo. Aunque quería. Todo se transformaría ahora en un chantaje interno cotidiano. No molestar, no cuestionar, fingir… porque al fin y al cabo era yo la que caía en el vacío. Buscaba y me costaba convencerme de que había algo mas que no haya sido atacado por la tormenta. Me sentí rehén. Toda la casa tenía partes de él. Estaba completamente atrapada. Quería intentar pero a la vez me angustiaba un certeza… que no quería. ¿Cómo hacer? Esto era la tristeza.

Y es allí donde los pensamientos daban paso a la bronca. Justo ahora! Los últimos días había intentado liberarme, creer, entregarme sin miedo ni desconfianza. Autoconvencerme que lo que construía era sólido. Trabajaba sobre una difícil superficie de adobe que se había mojado con las tormentas, pero convenciendome que podrían surgir ladrillos de piedra donde hasta ahora había barro. No era el mejor momento, definitivamente no era. Necesitaba un poco de tiempo para pisar segura. Para sentir que no había nada que cuestionara o pusiera en peligro aquellos que teníamos entre las manos. Pero la tormenta se desató con toda su furia, arrastrando los escombros. Yo solamente quería un paraguas,

Pero no lo pensaste…

Telarañas

Es inevitable. La noche se llena de telarañas oscuras, que te atrapan, te enredan, te ahogan. Hay también, voces y sombras. Te hablan y se conjuran para que te pierdas. Te engañan y se sientan a tu alrededor para reírse de tu desesperación.

Es inútil pensar, ya de antemano se que no podré sacar nada bueno. Tampoco escribir para desahogarme, salvo que la lapicera se transformara en cuchillo y la hoja pudiera ser desagarrada en cada trazo. Pero no. Lo mejor es dormir.

El sueño no acude aunque lo llame. Como si se hubiera confundido de cama, pasó de largo y no quiere volver. Me muevo. Me acomodo. El frío se burla de la estufa, de las frazadas, de las perras, de la ropa de abrigo. Como si supiera que me siento repentinamente vacía, se esfuerza por ocupar cada uno de mis rincones. Mi estomago es el primero en ser atacado y, lamentablemente, solo resiste mi cabeza a la que, paradójicamente, no le vendrían mal unos cuantos grados menos.

Recurro a la lectura. Pero no puedo concentrarme y solo me detengo en algunas palabras que es como si tuvieran eco interno. Al leerlas de pasada, quedan retumbando en mi cabeza y ya no puedo seguir el hilo del relato. Engaño. Placer. Sexo. Mentiras.

Termino el libro y me dispongo a dormir. Las lágrimas explotan en los ojos pero no salen. Una intensa mezcla de tristeza y bronca no se definen sobre cual descargará primero. Por el momento las lágrimas esperan la decisión.

Las imágenes se suceden. Diálogos y palabras brotan del recuerdo. Las lindas imágenes son barridas en un arrebato de auto protección. No quiero aferrarme a aquello que siento que se cuela por mis dedos. Las otras intento eliminarlas sabiendo que nada podré resolver en ese momento. Pero es allí donde se descubre el verdadero motivo de inquietud. Nada podré solucionar ahora. ¿Pero habrá algo que pueda remediar con la luz del día? Me respondo que no repetitivamente, mientras intento autoconvencerme que si. Pero es en vano. Apago la luz y me estremezco con el frío. Siento que me han empujado a un abismo del que no veo el fondo. Caigo infinitamente y en el camino tengo tiempo de buscar a todos lados para ver de donde agarrarme y no seguir cayendo, no estrellarme contra el fondo. Pero todo pasa muy rápido y no me decido por ninguna rama.
Me veo obligada a hacer un pequeño balance más allá de los últimos tiempos. Termino de desmoronarme y me duermo

viernes, 29 de mayo de 2009

Pilk... primera parte





Fueron noches frías, pero no se sentían. El fuego alimentado minuto a minuto con las maderas de los pallierts rescatados, vaya a saber uno de donde, calentaba mas alla de sus propias fuerzas.
Recuerdo las primeras conversaciones, sobre la grava del estacionamiento.
El detalle de los bancos improvisados para las mujeres que nos acercabamos a ver si necesitaban algo.
- Venimos a ver en que podemos ayudar
La exaltación y la bronca de los trabajadores brotaban por todos lados. Impotencia, ira contenida… la explotación de años catalizaba en puños que se blandían en el aire con los dientes apretados… las palabras volaban de los labios en afilados cuchillos de amenazas y enojos.
- Si, si… vos tendrás mucho huevo pero yo tengo mucho ovario y con eso no alcanza.
Silencio… comenzó realmente la charla.
Sorprendidos, nos decían:
-¿Y sus maridos no dicen nada que estén a esta hora acá?
El tiempo les haría entender esas sombras de los pies que tendían a confluir a altas horas de la noche. Poco mas de dos semanas bastaron para que esos mismos pies, sumados a muchos, muchos mas, saltaran de alegría sobre el pavimento mojado y bajo la lluvia “que no deja de joder”…

Luego de aquella primera visita, se sucedieron gran cantidad de cosas para recordar.
Comenzaron desde adentro. Enfrentaron a los matones de la burocracia, que como es su costumbre, defienden sus propios intereses y no los de los trabajadores, y a costa de golpes si fuera necesario. La multinacional Pilkington desarrollaba en sus entrañas a su propio sepulturero. Para que no crezca intentó aislarlo, dejarlo encerrado, hasta sin agua y comida. El propio comisario fue a hablarles en nombre de ella. En ese momento les hablaba, les decía que la empresa quería negociar y que no se muevan de ahí adentro.. que se queden tranquilos y quietos… sobre todo quietos (total ya se cansarían). Ese día les habló, pero sabía que en nuevos encuentros podrían no mediar las palabras. Por ahora, el trabajo sucio, lo haría el sindicato con su patota, una vez más. ...

jueves, 9 de abril de 2009

Desierto

Es una historia extraña que escuché una vez de un pescador, que la escuchó de un compañero cuando intentaban distraerse en medio de una tormenta, quien dice que se la contó a su abuelo un viajero que llegó desde tierras muy remotas y que, según cuentan, luego desapareció extrañamente.
Es que te resultará extraño hijo, pero dicen que aquí antes había un desierto enorme, enorme. Un muro aparentemente compacto pero de una delicada vulnerabilidad. Arena. Arena. Arena… Granito sobre granito. Imagínalos, uno al lado del otro… otro sobre alguno… alguno pegado a otro... La mayoría estaban pintados de una suave escala de amarillo mientras que otros, destilaban color ámbar y daban, en la totalidad, un brillo especial a la superficie. Algunos perfectamente esmerilados, redondos. Otros, menos uniformes, no parecían erosionados ni gastados por el tiempo, sino más bien gestados a los golpes. Así, la masa compacta. A simple vista era como una manta rústica tejida por la historia, acomodada desprolijamente sobre la tierra. A un lado de ella, el horizonte y los cientos de cuerpos celestes. Del otro lado el infinito, y los cientos de cuerpos. -¿Pudiste verlo? Cerrá los ojos y sentí. Algunas veces el paisaje es desolador, desesperante, monótono. Otras veces se vuelve bravo y peligroso, como las peores tormentas marinas. Surge de sus entrañas la ira de los siglos y se convierte en una trampa. Algunos han llegado a decir que, agudizando el oído, se podía oír música… pero sólo algunos, no todos tenían ese don.
Sobre su espejada superficie a veces habita vida. Viajeros que llegan a su puerta siempre, sin invitación. Son pocos los que se atreven. Algunos se sienten perdidos, otros mueren de sed, otros se entregan a contemplarlo y cruzarlo sintiendo el calor en pleno rostro y disfrutando, o simplemente dan un rápido paseo, hundiendo apenas sus pies en la arena para no quemarse con ella, para no caer en la tentación de recostarse en la superficie blanda y confiarse, corriendo el riesgo de morir de sed. Así, muchos viajeros atravesaron por aquí, y dejaron huellas que el viento rápidamente borraba… otras mas profundas simplemente se fueron cubriendo con nuevos granitos de arena de nuevas rocas desgastadas, desde vaya a saber uno que lugar. En fin, a los ojos, un cielo de arena ocre casi perfecto, que convierte el verdadero cielo en mar.
La repetición de los tiempos seguía su curso. El día y la noche marcaban el ritmo de la vida abriendo y cerrando sus brazos de vacía inmensidad. Pero que un día, un viajero se perdió y se encontró en este desierto sin querer. Este viajero era distinto. Sorprendido pero a gusto, recorrió cada rincón, jugó con la arenilla, desenterró objetos olvidados en la historia, puso al desnudo cada uno de los espejismos que se le presentaron. El oleaje del arenar se detuvo ante su marcha. Lo dejo andar… lo dejó llegar a los lugares no explorados, aquellos en que la arena es mas blanda, mas blanca, mas suave, mas frágil… donde el caminar se hunde en cada paso, llegando al fondo del desierto, tocando sus nervios y los tesoros escondidos en la superficie enterrada. Transcurrían así los días, y las noches se volvían cálidas. La inmensidad recostaba gustosa de cara al sol, sintiendo las cosquillas del viajero en sus entrañas. Pero el viajero era un nómade, curioso por naturaleza y sumamente inquieto. No le alcanzó con encontrar un oasis real que no era espejismo y que el desierto le cedió luego de haberlo escondido por años. Comenzó a recorrer en círculos cada metro cuadrado, sin parar, iba y venía. Ya no dormía… solo caminaba. Como en un profundo transe, casi inconciente, hundía cada vez más sus pies en la arena, hasta las rodillas. Le costaba caminar y desgarraba el orden de la arena en cada paso. El desierto se resintió, se sacudía. El movimiento inconstante lo ponía nervioso. Intentó levantar nuevas tormentas de arena, lanzar los escorpiones más venenosos, los espectros mas horribles… pero no podía, todo intento era en vano. Había relajado sus entrañas, su inmensidad se volvía inerte. El viajero continuaba en sus rítmicos movimientos, sus febriles danzas, sus interminables exploraciones… hasta llegar a un lugar que nunca antes había visto. Algunas flores extrañas y arena más compacta le llamaron la atención. Pisó, la arena estaba húmeda. Tanto movimiento había abierto una grieta en la tierra mas profunda del mar de arena. Cansado pero extasiado por el hallazgo, cayó de rodillas y acarició suavemente la humedad. Hundió sus dedos, sus manos y comenzó a escarbar. Sacó las flores a un lado y cavó hasta llegar a un cauce de agua. Éste era un torrente potentísimo que ante la nueva entrada de aire y luz desvió su curso, arrojando al viajero de espaldas sobre la arena, pasándolo por encima, dejándolo casi ahogado. Cuando volvió en sí era de noche, una noche bien cerrada, y se encontró sobre un médano. El lugar se había vuelto frío y no emanaba el cálido dorado de antes.
Cuando pudo ver mejor, se encontró rodeado de agua. El desierto no era ya desierto. Toda su superficie se encontraba inundada de catástrofe líquida, barrosa, de granos de arena que se resistían revueltos en el agua que todo lo invadía.
El sol salió nuevamente, débil pero seguro… tal vez con el tiempo ayude a secar el agua y vuelva a ver a su compañero el desierto, para seguir jugando con sus arenas a dibujar figuras del mundo.
Mientras, nosotros podemos sentir el desierto en nuestros pies, cuando entramos en el agua. ¿Sentís como la arena estremecerse en tu piel?. El agua se agita y forma las olas que nos bañan, porque el desierto respira bajo las toneladas de agua. Todavía vive. ¿Qué porque el agua se volvió salada? Porque llora, hijo. El desierto llora desde las profundidades… Extraña al viajero.

Cae el muro de la calle (wall street) y se construyen paredes

Como si ya no fuera suficiente con el muro diario que esta sociedad levanta ante los trabajadores y los sectores humildes. El muro que divide la vida diaria del trabajador de su patrón. El del transporte publico hacinado y riesgoso. El de la educación deficiente y casi como lujo. El de la salud publica insalubre. La del dengue. La de los barrios precarizados.

Las contradicciones que ellos mismos crean son las que los asustan. Construyen un muro para escapar de lo inevitable. Cada uno de sus bloques y ladrillos se volverán contra ellos. Cada muro diario será destruido y barrido por la fuerza poderosa de los trabajadores, arrollados por la historia, se transformaran en lapidas de los verdugos, y en adoquines para que por fin la historia continúe su desarrollo.

lunes, 6 de abril de 2009

CANSADA

La mañana comenzó con frío y, aunque divisa el sol por la ventana, el frío se ha pegado a sus huesos humedeciendo en hielo los músculos… pero no los nervios.
Esta cansada. Se sabe profundamente triste y confundida… pero esta muy cansada. Un poco ha perdido el rumbo. El agobio ha ido ocupando lugares estratégicos pero no ha dado el asalto final aun. Se metió en el epicentro de la pandemia, vacunada, pero con poca convicción de estar protegida, por lo que el miedo sacude cada tanto, en graves espasmos, sus órganos vitales.
Lo peor de todo no es todo, lo peor de todo es que le cueste mirar por la ventana.
Su vida se pasea delante de sus narices, arrastrándose como una momia moribunda… la mira a los ojos y le pide ayuda.
Se ha convertido en instrumento, el arco al frotarla la cortajea, hiere su piel, la marca y extrae de lo más profundo de ella los mejores sonidos. ¿Cuál es el precio? Teme ensordecer. Teme que luego de todo lo hecho, se este derramando entre sus dedos una última melodía. Esta ensordeciendo. Ve del otro lado de la ventana el sol, supone que habrá más música…
Se debate en pensamientos mientras su estomago se quema en la acidez.
- Que queres?
- Querer
- No queres?
- Si
- Entonces?
- Quiero seguir queriendo, y no quiero. Por eso quiero
- Y la música?
- Tal vez no sea mi música. Tal vez escucho solo los sonido que mis oídos pueden percibir, pero hay otros que no escucho y siento. Esos me hacen mal.
- Es el músico?
- No, el músico y el instrumento. Porque tenemos voluntad. Yo quiero sonar. Me niego a resignar las melodías que escuché, por eso intento.
- Y cual es el miedo entonces?
- Que las heridas me dejan sorda. Siento tanto que por momentos me vuelvo insensible. Mi cabeza atropella mis sentidos e intenta retomar las riendas del asunto. Quiere poner orden…
- Tal vez sea lo mejor. Te siento ahogada. La garganta se cierra y el aire duele cuando entra
- Lo se, claro que lo se. Una y otra vez me repito que es la última vez. Una y otra vez me auto convenzo que no me expondré mas… y una y otra vez caigo.
- Porque?
- …
Los ojos se acalambran por la acumulación de sal. Los mares más bravos se escondieron tras sus pupilas y pugnan por salir. Sus músculos se escapan de su piel y la resquebrajan, buscan oxigeno. El piso se mueve bajo sus pies y se marea. Pierde el equilibrio. Teme. Se siente pequeña, impotente. Se siente a la merced de los climas intempestivos, de la naturaleza indomable. Pero es la misma melodía que la moviliza la que le brinda pequeños momentos de calma antes de volver a la zozobra.
Teme, teme haber roto la ventana sin darse cuenta. Tener un pie fuera sin saberlo. Teme que los dolores sean parte de las cortaduras. Teme no haber intentado lo suficiente. Teme haber intentado demasiado. Teme escuchar melodías que no son tales. Teme una realidad inventada.
Quiere querer. Debería quererse.

Una delgada sombra

Una delgada sombra, casi transparente, se coló por la hendija de la puerta hasta escabullirse en la cama. Sigilosa y volátil.
- ¿Que beneficio obtengo de fijar tu imagen en mi mente y recostarme con ella toda la noche? ¿Qué no duermas con otra?
- Tal vez.
- ¿Y vos que buscas? ¿Demostrarlo?
- Talvez.
- Y ¿Es ese un real beneficio? Si lo buscas. Te gusta coquetear con los límites
histéricamente. Es parte de tu esencia. ¿Es entonces un beneficio ser la garantía de la histeria? Mejor desanrollala, enfrentate a ella sólo con tu sombra. Rompé la histeria porque ya nada te obliga a serlo. Sos libre. No se necesita confrontar constantemente con una cárcel para recordarse libre. Claro que ser libre no es sólo Serlo. También es saberlo ser. Lo que necesito sentir no es lo que así puedas demostrarme. ¡¿Que sentido tiene un dique para contener el agua…?! si el agua no se mueve se pudre. De otra manera la libertad no existe. El dique se vuelve esclavo de la libertad del agua.
Terminó su parlamento y miró entre lágrimas a la sombra. No eran lágrimas de bronca, ni de enojo. Eran lágrimas extrañas, paridas de la misma sensación de no poder detener lo indetenible. De pararse de una vez por todas frente a lo inevitable. De intentar sentirse libre de esa histeria y ver que queda cuando ya no queda nada de ella.
La sombra vaciló un momento, una pequeña brisa entró por la ventana y la sacudió. Ella se estremeció a la par. Le mostró sus callosidades a penas perceptibles en la penumbra para que entendiera que hablaba en serio. La sangre que brotaba cicatrizaba al contacto con el aire. El proceso se había hecho cada vez más rápido con las repeticiones.
La sombra se escurrió por entre las sábanas y voló por la ventana. Ella volvió a recostarse. Sabía que amaba esa sombra. Sabía que la sombra no la amaba, pero lo intentaba. Pero a la vez seguía buscando. Necesitaba seguir siendo sombra. Ella no quiere sombras, ni quiere serlo. Dormirá y despertará todas las noches y días que pueda llevar hasta que entre de cuerpo entero, con su sombra en el bolsillo… O hasta que ella, por fin, ponga llaves en la puerta y no espere mas.

miércoles, 1 de abril de 2009

Harta que nos roben la historia!!!

Es increíble las mil y un maneras en que se borra la historia. Es como si la memoria no nos perteneciera a nosotros. Hasta eso nos han expropiado.
Chorradas de tinta, metros de cinta, horas y horas de audios e imágenes… La historia nos es ajena. Nos la hacen ajena…
“Ha muerto Alfonsín, el padre de la democracia”. Desde ayer, no hay otra cosa en la radio, en la tele, en los diarios… “Quien comandó la consolidación democrática”… “quien manejó la política con honestidad y coherencia”… Y un largo etc donde los radicales, los radicales K, los radicales independientes, los cobistas, los radicales del Ari, de la CC, los peronistas K, los peronistas, los re peronistas, los mas peronistas, los peronistas pro, los peronistas ni opositores ni oficialistas… todos lloran y rasgan sus vestiduras.











¿Pero las cosas son realmente así? ¿O es este un cuento más de esos que nos venden a fuerza de minutos en el aire como la inseguridad?
Empezando por el principio. El partido radical, del cual Raúl Alfonsín era uno de los principales referentes, no sólo ha llevado adelante las represiones históricas más brutales contra los trabajadores y el pueblo, como en la patagonia rebelde, la semana trágica etc, dando honor a su apodo de “gorilas”… sino que ha realizado un apoyo directo a la dictadura del 76 con cientos de funcionarios políticos en la historia mas reciente. Esa dictadura asesina, la de los 30000 compañeros desaparecidos, la de los bebes apropiados, la de la tortura y persecución política… la que buscó cortar a fuego el desarrollo de un movimiento obrero que amenazaba cada vez mas seriamente las ganancias y propiedad de los grandes capitalistas. Esa dictadura, que los grandes capitalistas pidieron a gritos y los partidos peronistas y radicales avalaron. Esa dictadura, luego de años de terror y sangre, comenzó a ser profundamente cuestionada por los trabajadores y el pueblo pobre. No fueron los partidos radical ni peronista quienes la enfrentaron cara a cara. El malestar crecía. Luego vino Malvinas, un manotazo para intentar salvarse que se volvió en su contrario. Las grandes masas populares realmente querían vencer al imperialismo ingles, hacer pagarle todos los años de expoliación vividos… veían en la guerra la posibilidad de libertas, pero los militares genocidas no.
Se desarrollaron las movilizaciones, los paros, las distintas acciones que surgían… Los capitalistas supieron que era el momento de dar por finalizado un ciclo. Los asesinos habían cumplido un objetivo, habían aniquilado una generación de revolucionarios y compañeros combativos. No sólo habían preservado las ganancias de los capitalistas sino que las habían mejorado. Habían sentado las bases para un nuevo modelo económico, redefiniendo el juego del reparto de la torta a favor de ellos. Así que ya era mejor devolver la democracia “al pueblo” antes que arriesgarse a que éste continúe buscando tomarla por sus propios medios.
Llegaron las elecciones. Llegó Alfonsín. Llegó a desviar un camino iniciado por las masas de cuestionamiento profundo al estado. Vino a decir que hay que volver a la casa, que con la democracia que come, se cura y se educa. Que esperemos que la democracia nos dará lo que nos corresponde. Incluso la justicia. Los juicios a las Juntas, mas bien salvaron a los genocidas de no ser linchados en la calles. Pero las cartas estaban echadas. Por los servicios prestados: OBEDIENCIA DEBIDA Y PUNTO FINAL. Vino la hiperinflación, los Australes, los saqueos… El pacto de Olivos, la entrega del poder a Menem… las privatizadas, los despidos… la consolidación del camino trazado por la dictadura genocida… el resto es historia mas conocida.
Los compañeros muertos en la dictadura son nuestra historia.
Los jóvenes muertos en Malvinas son nuestra historia.
Aquellos que enfrentaron la dictadura en lugar de colaborar con ella, son nuestra historia.
Los 30000 desaparecidos, los trabajadores y estudiantes que se organizaban para cuestionar el orden establecido, son nuestra historia.
Aquellos que siguen hasta hoy peleando por el juicio y castigo a los genocidas y no se comieron el discurso de los radicales y peronistas, son nuestra historia.
Los miles que murieron de hambre, que murieron bajo las balas de la represión policial en los saqueos son nuestra historia.
Las decenas de compañeros muertos en la democracia como Teresa Rodriguez, Victor Choque, Fuentealba… son nuestra historia.
Los miles de presos y procesados políticos en democracia, son nuestra historia.
Los muertos por gatillo fácil, son nuestra historia.
Los muertos del 19 y 20 de diciembre bajo el gobierno de la Alianza, La desaparición de Julio Lopez bajo el gobierno de los K… También son nuestra historia.
Nos venden otra historia, donde nunca tenemos nada que ver y todo es producto de personalidades, intrigas, complots, pactos…
Esta es nuestra memoria, la de la historia en que somos protagonistas.
Esta no es nuestra democracia. Es la democracia de los capitalistas.
Queremos nuestra democracia, la de los trabajadores y el pueblo pobre. Continuaremos haciendo nuestra historia.

lunes, 30 de marzo de 2009

Un cuento de otoño.



Había una vez una hoja, como casi todas las hojas… pero esta pensaba y dejó una historia que le contó a un gusano de la tierra que la transmitió por generación en generación hasta convertirse en leyenda, en un lindo cuento pero que solo unos pocos creen.
Esta hoja nació pequeña, como otros cientos de pequeñas. Amarilla. Delicada. Fue una mañana de una temprana primavera, con los primeros calores de un agosto rebalsante de frutillas. Y aunque temprano, era de las más remolonas. Los tiempos alterados de climas entreverados habían dando varias tandas de hojitas anteriores… ella, era la mas jovencita. Se desplegaba perezosa, mirando a todos los puntos cardinales. La vista era impagable, una de las ramas mas altas… El tiempo pasó y la volvió verde. Día a día se mecía en su rama, al sol, tomada fuertemente de la corteza de la rama, aferrada a la vida. El temor de soltarse de ella la despertaba en pesadillas las noches de tormenta. Se sentía tan poca cosa que el miedo era mas grande que ella. Es que ella lo ignoraba, pero cumplía una importante función en aquel frondoso árbol, al igual que los cientos de hojas verdes que la acompañaban. Todas parecían iguales, y todas cumplían una función… pero ninguna se miraba. Sólo miraban la rama, el tronco, la corteza que las ataba a la vida. Le rezaban, la aclamaban, cumplían con lo exigido. Claro, suponían que ellas, siendo tan pequeñas, dependían enteramente de ese maravilloso tronco, de ese ser gigante que podía resistir los vientos y tormentas, aquel sobre el cual los pájaros se enamoraban y construían sus nidos. Le debían la vida. A pleno sol, las ramas se erguían y las hojas agradecían al árbol el privilegio de que las haga llegar tan alto… casi de cara al cielo. Claro que aquel árbol no las alzaba al cielo ni por amor ni por bondad. Pero ellas lo desconocían. Este árbol necesitaba que ellas, como pequeños paneles solares, tomaran con sus fibras todo el sol que pudieran para así darle de comer. Ellas recibirían un poco de alimento, el suficiente como para seguir resistiendo tomadas de la rama, mientras el árbol llenaba su tronco de energía vital.

Pasaron los meses y comenzaron a sentir frío. Las hojas tiritaban de frío y de miedo colgando de las ramas. Sabían que algo extraño se avecinaba. Notaban que el árbol retraía sus raíces, algunas ramas se precipitaban con fuerza en el vacío y crujía. El sol ya no era el que era antes y se sentían débiles. El temor se apoderaba de ellas, y pedían ayuda al árbol, que no respondía a las consultas.
Algunas comenzaron a perder el color. Comenzaron a morirse, se marchitaban día a día casi sin poder evitarlo.
Así las pudo ver caer. Una a una al principio. De a decenas luego. Las veía yacer en el piso, crujiendo bajo los pies de cualquier caminante anónimo. El espectáculo mas triste era ver aquellas pocas que se resistían a caer, y quedaban agarradas por un filamento a la rama y se retorcían en el aire. La hoja temió que el tronco también se secara y se precipitara sobre la tierra… aunque no evidenciaba rastro de sufrimiento, ni hambre. Por las dudas seguía aferrada a la rama, se contorneaba formando maravillosas formas, buscando llegar a la mayor cantidad de luz posible, luchando por alimentar como fuera al tranco que la sostenía. Para que no cayera. Para que no la dejara morir. Pero el esfuerzo era en vano y comenzó a verse ocre. Sus puntas se endurecieron y quebraron. Ya quedaban muy pocas tomadas de las ramas, que se erguían al cielo como cadáveres insepultos suplicando clemencia a la muerte.
Sintió un tiron, se desprendía. Cayó suavemente sobre el piso, sobre un colchón de pequeñas hojas ya muertas hacia días. Y por fin lo vió. El tronco no moriría, ya había extraído de ellas toda la energía que podía y veía… a lo lejos, en las ramas mal altas, pequeñas cabecillas de nuevos verdes que asomaban.
Maldijo su ceguera. Maldijo no haberse soltado antes, como muchas veces soñó, para viajar a rincones lejanos, conocer otros lugares, otras hojas, y decidir donde reposar para alimentar nueva vida. Ahora se encontraba a los pies del tronco que había succionado su savia, condenada a seguir alimentando su tierra, aun después de muerta, abonando sus raíces.
El ciclo comenzaría devuelta, hasta que llegue el día que las hojas todas, aun verdes y jóvenes, se tomen de las brisas de un viento vagabundo y hagan su propio camino, abandonando al tronco que no será nada sin ellas.