domingo, 13 de septiembre de 2009

Kraft-Terrabusi - Galletitas en rebelión


Dicen que en General Pacheco hay una fábrica de alimentos y que en los últimos días se han multiplicado las denuncias de extraños hechos. Estos comentarios me han llegado desde muchos lugares distintos. Gente del barrio, gente de los lugares más alejados… gente exagerada pero también mucha gente de la que no puedo desconfiar. Parada en un portón, entre gomas quemadas, se escucha claramente. Dicen, que en esta fábrica hay rehenes, gente ambiciosa que impide el funcionamiento de la planta, gente violenta que amedrenta, que se abusa de un supuesto poder para intimidar, que recurren a cientos de sucias maniobras con tal de obtener sus objetivos… y los ojos que voy viendo, rojos de ira, resaltados entre tiznes, me confirman que es verdad. Que así es. Que una inusual violencia se ha desatado… pero parece que esta violencia no es nueva, ha estado larvada por muchos años, ha sido aplicada todos los días de forma menos perceptible.
Me metí entre las camperas azules indagando sobre estos personajes malvados que estaban haciendo tanto mal, y entre mates los nombraron: La patronal de Kraft.
Parece que la historia se remonta mucho tiempo atrás. Parece que esta gente ha tomado como rehenes la vida y el futuro de miles de trabajadores a quienes se cree en el derecho de enviar sentencias de muerte vía telegramas de despido. Dando vida en cuotas con contratos. Destrozando la salud en jornadas interminables de trabajo que, poco a poco, vuelve tu cuerpo inservible.
- ¿Y como llegamos a esto?, pregunté.
Una chica muy joven me respondió, con cansancio en sus ademanes, pero un brillo de fuego en sus ojos y una voz muy firme:
- La violencia de la que ellos se quejan no tiene comparación con la que nosotros hemos padecido! Y mientras pronunciaba estas palabras, se paraba y señalaba el último gran símbolo… los alambres de púas en los muros y la policía en los portones.
La escuchaba atenta y me sorprendía que siendo tan joven cargara como propio el dolor de tantos años, de tantos otros… Me volvió a mirar.
-Sabes que pasa… ellos dicen que invierten aca y tienen derecho sobre nuestras vidas, pero nosotros quienes invertimos acá, ponemos todo lo que tenemos y ahora nos lo quieren sacar…
Y con estas palabras en la boca llenan sus manos de odio y sus bolsillos de plata ensangrentada. Son los trabajadores los que realmente han puesto todo de si en su trabajo, han dejado sus años, sus vidas, le han robado tiempo a sus familias, a sí mismos por un sueldo… Cada hora de trabajo les ha servido para sobrevivir, cada hora de trabajo del obrero le ha servido a la empresa para obtener fabulosas ganancias.
Siguió murmurando por lo bajo, pero en sus ojos podía entender lo que decía.
Tras años de una maquinaria de explotación y opresión, se topó con un pequeño obstáculo que traba sus engranajes y estalló por los aires
Tal vez, creo, hay algo en esta máquina que hace ruido…
Y el ruido se fue haciendo un poco mas grande cada día, hasta que se convirtió en un chillido insoportable… - Con las vidas de las familias no se juega! Así dijeron los trabajadores y decidieron parar la mano a tanta desidia.
La extracción de vida cotidiana pasa inadvertida, no importa si aquellos chocolates o galletas que por cientos pasan por sus manos no serán probados por sus hijos, no importa si la harina y el azúcar no son mas que materias inertes que solo adquieren la virtud de un producto codiciado si pasan por sus manos… pero el temor ante una pandemia que pondría en peligro la vida de sus hijos fue un punto de quiebre para cientos de trabajadoras, que no dejarían que esta vez, se les pase por las manos.
Así fue que las galletitas quedaron alineadas en la cinta, quietas, humedeciéndose a la intemperie. El chocolate se enfriaba esperando cubrir alfajores que no cubriría. La mujer del paraguas desde cada etiqueta les daba una y otra vez la espalda. Se miraron y entendieron… dependía de ellas.
La empresa debió dar asueto, las madres pudieron sacar sus hijos de las guarderías y encontrar al regresar, algunas medidas mas serias de higiene.
Luego, casi todo, volvió a la normalidad… casi…
Terrabusi es Kraft, y Kraft es un monopolio Yanky, de esos que no temen apoyar un gobierno golpista como en Honduras, o despedir y arrojar familias a la miseria por no perder un dólar. Y Kraft sentía que en aquella rebelión latía un peligro. Su maquinaria de explotación había perdido un diente en el engranaje, y cabía la posibilidad que la alegría de haber ganado de los trabajadores, los llevara a intentar poner cada vez más frenos a su sed de ganancia.
Esperó, estudió los movimientos, constató con otros profesionales de la explotación que estaban amenazados… que los trabajadores, en pequeñas cosas y/o en grandes luchas iban tensando sus músculos, viendo que las palancas de la producción pasaba por sus manos, que las materias que mezclaban, cocinaban, cocían, fundían, solo valían si ellos intervenían en el proceso y que sin esto la empresa no ganaba. Que los derechos se conquistas, no se mendigan. Que así como no compartieron las ganancias en los momentos de bonanza, si les exigirían a ellos que se hagan cargo de las perdidas e, incluso, de darles mas ganancia aunque no tengan perdidas.
Fue así que el Sr. Kraft esperó el momento para atacar. Nada debía quedar de esas experiencias. El golpe debería ser tan grande que dejara fuera a los mas activos, y llenos de temor al resto. P
Pero el Sr. Kraft se confió. Su plan se topó con trabajadores que, viéndose a si mismos mas allá de sus puestos, se reconocieron hombre y mujeres, trabajadores, compañeros, unos con otros iguales y solidarios, una clase. Y entonces… Han recurrido a la seguridad privada, a la policía, a la infantería, a la justicia, a los fiscales, a los cuervos mas carroñeros de los abogados anti obreros… para intimidar, para desgarrar hasta las lagrimas a los trabajadores y trabajadoras de la empresa.
La batalla fue mas allá de lo pensado. Entre los gorros blancos se entremezclaron cascos azules y verdes. Entre las herramientas, palos y escopetas. Entre los no despedidos, los despedidos. Entre la confusión, la solidaridad de clase. Los cascos se volvieron impotentes. Las balas de goma y los gases de los asesinos no hicieron mas que enfurecer a los trabajadores de las galletitas.. y los hicieron retroceder. La ira, el llanto, la bronca, la impotencia contenida, los reclamos ante las injusticias de años de humillaciones y opresión de cada trabajador y trabajadora despertaron línea por línea.
Desde afuera se sentían los cantos. Otros trabajadores, estudiantes, familiares, militantes de partidos de izquierda, siguen atentamente cada movimiento, cada paso de los trabajadores, apoyan y saben que en cada gorro blanco de la fabrica radica parte del futuro de todo el resto.
Algunos porque quieren una vida digna. Otros porque quieren lo mejor para sus familias. Otros por odio ante las injusticias. Otros porque saben que, sin mas Sres Kraft que por cada galletita que vende dejan cientos de personas sin comer… se acabaría el hambre. Sin Sres Kraft que prefieren pagar multas millonarias y perder millones parando la producción con tal de no otorgar un triunfo a los reclamamos mas elementales de los trabajadores, nadie estaría sin trabajo.
Si los trabajadores de Kraft triunfan, si su ejemplo es tomado por otros trabajadores, si la unidad de distintas fabricas se suelda, si junto al resto de quienes nos vemos obligados a vivir de las migajas de los Sres Kraft nos damos un objetivo, si ese objetivo es que seamos libres de todo tipo de opresión, si nos organizamos para golpear con un solo puño confiando en nuestras propias fuerzas y en nuestra propia política, contra la política que nos hunde en la miseria… se acabarían los Sres Kraft, los fiscales que los defienden, los sindicatos que nos traicionan, los Estados que les garantizan su existencia y sus ganancias… Un pequeño paso… una apertura del camino, del camino a una sociedad sin explotados ni explotadores.