viernes, 4 de diciembre de 2009

Ojos sin palabras

Se miraron. Ella llegaba con toda la ansiedad de verlo empujando sus pies. Necesitaba olerlo, tocarlo, besarlo. Se paro frente a el y un frío saludo los unió por un instante. Entonces recordó el porque lo había extrañado tanto, el porqué de la ansiedad… entonces siguieron camino como viejos conocidos. Mientras compartían un mismo espacio, se preguntó una y mil veces porqué había llegado hasta ahí. Por el rabillo del ojo podía verificar que todavía estuviera allí, respirando el mismo aire y, tal vez, haciéndose las mismas preguntas.
El tiempo se había vuelto eterno, no como otras veces que estaban juntos y los minutos corrían como segundos. No esta vez. Casi podía escuchar la respiración de los presentes. Las voces le llegaban como diferidas, cavernosas. Los veía mover sus bocas y por momentos alguien lograba atraer su atención. Pero duraba poco. Se movía incomoda en la silla, revolvía una y otra vez la cartera, miraba cien veces la hora del celular que parecía estancada, como sus lágrimas.
Había corrido porque necesitaba verlo. Todos esos días la ansiedad fue construyendo una bola de angustia en su estómago. ¡Tenía tantas preguntas para hacerle! ¡Tantas cosas que decirle! Tanto que escucharlo…
Por fin salieron del lugar. Todavía se sentía el frío, y gran parte del camino el aire se mantuvo escarchado. De apoco, se soltaron. Varias veces se miraron y sin hablarse se dijeron:
- Tenemos que hablar
- Si
- Ahora?
- No, mejor después…
Cualquiera que los hubiera observado jamás imaginaría el torrente de sentimientos encontrados que recorría las venas de cada mano con la que se acariciaban, o la cantidad de palabras que encerraban las bocas con que se besaban, o los extraños brillos que escondían los ojos con que se miraban.
Entrada la noche, el cansancio comenzó a tomar por asalto sus movimientos. Las caras disimulaban, por fin, tras esos ojos rojos de cansancio, los nubarrones que los atormentaban.
Se acostaron y se abrazaron fuertemente, como si por la ventana pudiera entrar un viento tan fuerte capaz de separarlos. Entrelazaron los brazos, las piernas, las manos. El cerró sus ojos y ella dejó escapar mil preguntas por los suyos. Las lanzó a la oscuridad, al silencio de las penumbras, con la intima sensación que eso era mejor, que la respuesta fuera nada.
Hablaron toda la noche entre sueños. Todo lo que no hablaron cara a cara. No sabía exactamente qué, no podía recordarlo. Pero tal vez sus preguntas habían quedado en el aire y habían encontrado una respuesta que ella no escuchó. Se despertó cansada. Con la garganta seca. Extendió sus brazos en el aire y los agitó, espantando a los fantasmas de la noche que aun, rezagados, no daban cuenta de la luz del día. Miró la hora, todavía era temprano. Lo miró a el. Estudió sus gestos. Intentó indagar las líneas de expresión de su cara. Escuchó su respiración buscando decodificar su interior. Pero todo fue en vano. Solo le surgía una sensación al mirarlo, el querer besarlo. Finalmente se rindió, besó sus labios, acomodó nuevamente su cabeza en el hombro de él y se durmió.
El despertador la sobresaltó. Ahora si era hora de levantarse. El por fin abrió sus ojos y la miró. Una vez más ella se lamentó no poder leer su mirada. Una mirada bella, llena de tanto. Firme. Penetrante. Pero que en lugar de responder, indaga. En lugar de clarificar, pregunta. Algunas veces se volvió límpida. Llena de brillo, como relajada. Pero sólo algunas veces. Tal vez sean sus ojos los que la llenan de esa terrible ansiedad. Sabe que lleva dentro un gran dolor. Sabe que no se siente bien, lo entiende. Sabe que sus ojos no le mienten y muestran un interior que arde. Los vió varias veces al borde de las lágrimas, y ella escondió los suyos que también desbarrancaban. Y aunque a veces la lastiman, no se cansa de mirarlos, esperando que en algún momento se disipe en ellos la bruma y pueda ver por fin el sol que siente, tiene dentro.
Como no podía ser de otra manera, el tiempo ahora si pasaba rápido y ninguno parecía dispuesto a empezar el día sin el otro.
Se buscaron. Se probaron con las bocas. Se reconocieron la piel con cada parte del cuerpo que rozaron. Nuevamente las palabras se colgaron de la persiana para dejarlos sentir. El calor de sus cuerpos quebró el frío matinal. Las sombras que se escondían en el cuarto corrieron a esconderse y esperaron el momento exacto para asaltarlos nuevamente.
Se despidieron con un beso. Ella, finalmente fue vencida por el silencio que la atormentaba y dibujó algunas palabras. Sintió que la herían al salir, que arrastraban con ellas todo su interior. Perdió la elocuencia y sus ojos reaccionaron al ardor. Peleaba consigo misma. Quería hablar, quería recomenzar el día anterior… pero a la vez no quería. Más bien quería escuchar, pero el miedo a esas palabras también la paraliza.
Miedo a que esas palabras borren de un plumazo todos los gestos que fue juntando como un tesoro precioso. Pero el tiempo nuevamente corrió y el silencio, que tembló ante el inminente desenlace, consiguió algunas horas más de ventaja.
Ahora ella vuelca acá decenas de palabras, que tampoco rompen el silencio, nada mas que para engañar la espera, mientras en cada letra revive los momentos, mientras siente el gusto de su boca en la de ella, su piel suave, la temperatura de su cuerpo, y su perfume vividamente corpóreo en toda la casa.

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