lunes, 22 de junio de 2009

Corazon violento

Todo está en movimiento, todo el tiempo. Porque incluso aquello que parece estático, si se mantiene quieto, retrocede.
Depende la velocidad que nosotros mismos llevemos, será la velocidad con que veamos pasar las cosas. A veces, las mas, sin darnos siquiera cabal cuenta de todo lo que a nuestro alrededor cambia, y de todo aquello que cambiamos.
Hay un momento donde nuestro libre albedrío toma cuerpo, se yergue sobre nuestro pasado mirando hacia delante. Hay momentos donde, definitivamente, nos damos cuenta de los cambios. Y en esos momentos, todo parece detenerse y la inercia nos duele en el estomago.
Por nuestra cabeza pasan imágenes, voces, roces, sensaciones… vértigo. Mucho vértigo… Son esos pasos que cuestan, pero que realmente hacen el cambio. Para bien o para mal dependerá de hacia donde caminemos, pero cada paso nos hace crecer, nos enfrenta a nosotros mismos, a nuestros miedos y deseos, a lo que somos, a lo que no queremos ser, a lo que apostamos..
Son pasos de vacío en el estomago. Muchas veces pasos salados y nublados de lágrimas. Los pasos que duelen. Los pasos en que dejamos pedazos de piel en el camino. Pero hay que darlos. Son esos pasos donde nuestras vidas cambian de rumbo, son las encrucijadas del camino que enfrentamos sin planos ni guías, en los que nos guiamos por la intuición, el corazón o la convicción, dependiendo de cuanto hayamos preparado el camino. Dejamos de ser para ser.
Construir. Pensar, querer, sentir, ponernos objetivos, un norte donde llegar y jugarse. Construir, el vértigo de transformar radicalmente nuestras realidades. Apostar. Arriesgar. Nunca esta garantizado el éxito, pero el intentarlo nos hace distintos. Cada uno de los minutos vividos, VIVIDOS, nos hacen. El vértigo de saber que depende de cada uno de nosotros. El punto donde ya no hay destino, ni providencia, ni azar ni devenir que decida por nosotros. El punto donde tomamos el mando del destino, la providencia, el azar y el devenir.
Jugarse. Arriesgar. Apostar. Actuar, acción…
Tomar conciencia que cada cosa depende de nosotros y comenzar a ser libres.
Vértigo Inevitable.
Cada paso depende de uno, pero si prestas atención, podrás escuchar muchos pasos mas a tu lado.
Si te gana el vértigo, cerrá los ojos y extende tus manos… entre varias, encontrarás las mias.
Ya te sentaste al juego. Estas son tus primeras cartas de la partida.
Felicitaciones.
Bienvenido.

lunes, 1 de junio de 2009

Sueños y tormentas

El sueño entrecortado me asalta varias veces en la noche. Me despierto con la cola de los sueños golpeándome agudamente.

Éramos varios en la sala. Tres o cuatro sentados a una mesa, como de oficina, con vidrio. Cuatro más en un sillón rojo y el resto como colocados sin querer, dispersos en la habitación. Cada grupo habla para dentro, aunque no logro escuchar lo que dicen, siento que me miran de reojo aunque me sienta omnipresente en realidad.

Solo uno no habla ni se comunica. Sentado en el medio del sillón, con las piernas entre abiertas y los codos sobre las rodillas, descansa su cara sobre sus manos mientras fija la mirada en un punto infinito. Parece muerto.

Me acerco para hablarle pero no se mueve, ni me mira. Una chica rubia sentada a su lado me mira y se sonríe. Desliza su mano sobre la espalda del hombre petrificado, le sube apenas el pullover verde por sobre la cintura y lo rasca dulcemente, sin dejar de mirarme.

Intento hablar y no me salen las palabras. La escena se ha congelado y todos voltean para verme. Ya no hablan. Sus ojos pasean desde la cintura del hombre hasta mi cara una y otra vez.

La casa era enorme, antigua, muy pero muy blanca con marcos altísimos pintados de negro, al igual que las barandas de las escaleras.

Salgo desesperada de la habitación y lo llamo. No responde.

Vuelvo a entrar y ha cambiado su posición. Ahora se encuentra en la mesa, riendo y conversando animadamente. Nuevamente intento hablarle, gritarle… pero no me salen las palabras. No quiero que nadie escuche. Le entrego en mano un celular marrón, viejo. Le digo que lo encontré y es de el. Por primera vez detiene sus ojos sobre mí y se niega a tomarlo. Me enojo y se lo pongo en la mano. No se porque se me ocurrió que era de el, solo lo sabia.

Salgo nuevamente de la habitación y entro en otra muy alta, donde no podía ver el techo. Podía inferir que existía porque una enorme araña de luces, negra, apagada, colgaba en el medio del cuarto. Bajo ella, una mesa de bronce negra con un vidrio. Reinaba la oscuridad. Todo se veía gris por el propio reflejo que emitían las paredes blancas. Una luz apagada.

Llamaba al celular e intentaba una vez mas establecer una comunicación con ese hombre. Lloraba y solo podía repetirle: - No. Esto ya es demasiado. Una cosa es que estés con ella y otra muy distinta es que delante de mí se rían de esa manera. La vi tocándote la espalda, amorosamente, delante mío, y vos no decías nada.

Completamente enojado me decía que no. – Eso no es así. ¿Dónde viste que me tocara? No quiero que me molestes más. No esta mal que me toque si quiere. Soy libre.

- Pero te estas contradiciendo. Me negas que te tocaba y después me decís que esta bien

- No molestes

- Pero me hace mal

- ….

Entre indignada nuevamente en la sala. Esta vez, todos reían sin sonido, y me miraban. Le arrojé el teléfono y le dije que no quería saber nada con el y salí corriendo.

En la calle corría agotada, queriendo alejarme de esa muchedumbre. Pero me seguían. Salieron corriendo tras de mi.

En el camino tropecé con un payaso y una bailarina, que sostenían una barra a la altura de mi cintura. Estaban bailando y para poder seguir en mi camino debía pasar bailando por debajo.

Realmente no podía entender. Lo último que quería hacer era bailar. Esa gente tan feliz danzando en la vereda y yo que simplemente quería huir. Pensé para mis adentros que pasaría igual, pero que estaban locos si creían que me pondría a bailar para poder hacerlo. Puse mi rodilla derecha en el piso, junto a mi mano izquierda, para tomar envión y seguir. Pero bajaron la barra y la tiré con mi cabeza. La barra era de hierro muy pesado y el dolor que sentía era muy agudo. Había quedado mareada y me sentía culpable de haberla tirado. Me sentía enormemente torpe y entupida. El payaso, la bailarina y la muchedumbre que me seguía me rodearon y me echaron en cara el haberla tirado, el no haberme detenido a pensar por un momento como pasar y haberles arruinado el juego. Mire a los costados buscando algún gesto de apoyo, alguien cuerdo dentro de esta locura, pero a mi lado solo tenia una vieja, muy vieja, en silla de ruedas. Entonces me di cuenta que la barra la había golpeado ella, al querer pasar y no poder agacharse, y que al tirarla me había golpeado. Una sensación de alivio me invadió y quise explicarles lo que había pasado, pero se enojaron aun más y se abalanzaron sobre mí. Esa fue la última vez que desperté en la noche, completamente angustiada.

Eran las 5 am y todavía tenia una hora más para dormir. Pero fue en ese momento donde no pude más y estallé. Lloré y lloré todo junto. La tristeza y la bronca. Ya no me importaba cuanto solucionara… tiraba de las sabanas y la colcha como si desgarrara mi propia piel. Quería arrancarla. Hundí mi cara en la almohada para ahogarme. El ya lo sabía y no me dijo. Rebotaba en cada latido que sentía en la cabeza. Lo sabía y lo ocultó. ¿Y ahora que puedo decirle? Me sentía acorralada. Todo lo construido se había desmoronado, no sentía el piso bajo mis pies como para pararme solidamente en intentar de nuevo. Aunque quería. Todo se transformaría ahora en un chantaje interno cotidiano. No molestar, no cuestionar, fingir… porque al fin y al cabo era yo la que caía en el vacío. Buscaba y me costaba convencerme de que había algo mas que no haya sido atacado por la tormenta. Me sentí rehén. Toda la casa tenía partes de él. Estaba completamente atrapada. Quería intentar pero a la vez me angustiaba un certeza… que no quería. ¿Cómo hacer? Esto era la tristeza.

Y es allí donde los pensamientos daban paso a la bronca. Justo ahora! Los últimos días había intentado liberarme, creer, entregarme sin miedo ni desconfianza. Autoconvencerme que lo que construía era sólido. Trabajaba sobre una difícil superficie de adobe que se había mojado con las tormentas, pero convenciendome que podrían surgir ladrillos de piedra donde hasta ahora había barro. No era el mejor momento, definitivamente no era. Necesitaba un poco de tiempo para pisar segura. Para sentir que no había nada que cuestionara o pusiera en peligro aquellos que teníamos entre las manos. Pero la tormenta se desató con toda su furia, arrastrando los escombros. Yo solamente quería un paraguas,

Pero no lo pensaste…

Telarañas

Es inevitable. La noche se llena de telarañas oscuras, que te atrapan, te enredan, te ahogan. Hay también, voces y sombras. Te hablan y se conjuran para que te pierdas. Te engañan y se sientan a tu alrededor para reírse de tu desesperación.

Es inútil pensar, ya de antemano se que no podré sacar nada bueno. Tampoco escribir para desahogarme, salvo que la lapicera se transformara en cuchillo y la hoja pudiera ser desagarrada en cada trazo. Pero no. Lo mejor es dormir.

El sueño no acude aunque lo llame. Como si se hubiera confundido de cama, pasó de largo y no quiere volver. Me muevo. Me acomodo. El frío se burla de la estufa, de las frazadas, de las perras, de la ropa de abrigo. Como si supiera que me siento repentinamente vacía, se esfuerza por ocupar cada uno de mis rincones. Mi estomago es el primero en ser atacado y, lamentablemente, solo resiste mi cabeza a la que, paradójicamente, no le vendrían mal unos cuantos grados menos.

Recurro a la lectura. Pero no puedo concentrarme y solo me detengo en algunas palabras que es como si tuvieran eco interno. Al leerlas de pasada, quedan retumbando en mi cabeza y ya no puedo seguir el hilo del relato. Engaño. Placer. Sexo. Mentiras.

Termino el libro y me dispongo a dormir. Las lágrimas explotan en los ojos pero no salen. Una intensa mezcla de tristeza y bronca no se definen sobre cual descargará primero. Por el momento las lágrimas esperan la decisión.

Las imágenes se suceden. Diálogos y palabras brotan del recuerdo. Las lindas imágenes son barridas en un arrebato de auto protección. No quiero aferrarme a aquello que siento que se cuela por mis dedos. Las otras intento eliminarlas sabiendo que nada podré resolver en ese momento. Pero es allí donde se descubre el verdadero motivo de inquietud. Nada podré solucionar ahora. ¿Pero habrá algo que pueda remediar con la luz del día? Me respondo que no repetitivamente, mientras intento autoconvencerme que si. Pero es en vano. Apago la luz y me estremezco con el frío. Siento que me han empujado a un abismo del que no veo el fondo. Caigo infinitamente y en el camino tengo tiempo de buscar a todos lados para ver de donde agarrarme y no seguir cayendo, no estrellarme contra el fondo. Pero todo pasa muy rápido y no me decido por ninguna rama.
Me veo obligada a hacer un pequeño balance más allá de los últimos tiempos. Termino de desmoronarme y me duermo