sábado, 27 de febrero de 2010

La realidad

El pronóstico de esa mañana vociferaba desde la radio un día radiante. Mientras se vestía dejó por un instante de masticar sus pensamientos para oír en detalle y elegir la ropa adecuada. Sol, calor, día despejado. Como si hubiese escuchado lo contrario, guardó en la cartera un paraguas y se puso unos zapatos cerrados para no mojar sus pies.
Iban varios días y noches de lluvias y tormentas de distinta intensidad. Solo unos días de sol, los últimos días antes de ese. Casi sin pensarlo ella reflexionó, -hoy será un nuevo día de lluvia. Tomó las llaves y salió.

El camino que la llevaba a destino era sinuoso y ella debió hacer muchos esfuerzos para mantenerse en la senda correcta. Baches, accidentes, desvíos, espejismos, algunas señalizaciones que confundían. La fastidiaba ese recorrido pero por algún motivo necesitaba llegar hasta allí.
Al llegar estacionó el auto y se mimetizó con la multitud. Todos iban y venían con premura, cada uno ensimismado en sus cosas, estudiando sus pasajes, corroborando el equipaje, despidiéndose de sus seres queridos, buscando quien sabe que, como ella.
No estaba muy segura de a donde se dirigía, pero se dejó llevar por la marcha decidida de una hilera de personas que se escurría como el agua, desembocando en la orilla del muelle. Se paró justo al borde. Desde allí podía observar la enormidad del océano y se sintió conmovida. Unos metros delante de ella, un barco acababa de zarpar. Hizo un esfuerzo y logró divisar sobre cubierta una figura que la miraba. Esa figura movía su boca, como queriendo decirle algo, pero ella no podía escuchar ni entender lo que le decía. Le llegaban palabras confusas y ambiguas. Se quedó allí, como si el tiempo se hubiera detenido, tratando de entender aquellos gestos. Le producía una sensación espinosa no comprender. La distancia le hacia aparecer la figura cada vez mas difusa. De pronto, el cielo se cubrió de un gris oscuro, como si algo gigante se incendiara en algún lugar del mundo. Un chaparrón la empapó y la sacó de sus pensamientos. No atinó a sacar el paraguas y el agua la sacudió de sus vacilaciones.
Al terminar de llover quedaban en ella ropa mojada y una profunda sensación de desilusión que mojaba también sus mejillas. Bajó la vista, separándola de aquel barco que la llamaba, para fijarla en el agua que se mecía como si el océano respirara suavemente. Giró sobre si misma y comenzó a deshacer trabajosamente sus pasos, intentando hallar el camino de regreso. Se sentía enojada. Sus manos y sus dientes apretaban el aire fuertemente. Sentía un profundo dolor y se sentía, antes que nada, una completa estúpida. La desilusión esta vez era su culpa. La desilusión es el sentimiento que nos invade al comprobar que la realidad no es como se pensaba. Creer en la realidad que se ve no es ser crédula, pero una vez que ya se sabe que la realidad no es lo que se piensa, sorprenderse nuevamente ante esa nueva realidad, eso es estupidez. ¿Pero donde estaba el problema entonces? ¿En no ver la realidad como es? No. Ella veía la realidad, y sabe que no está equivocada en lo que ve. Y puede sentirse tranquila de haber intentado actuar correctamente ante ella. Su desilusión es ante la cobardía, ante el egoísmo, ante aquellos que ven la realidad y sabiendo y reconociendo como es, toman atajos o caminos para salvarse, para evitar el camino sinuoso y trabajoso. De aquellos que prefieren subirse a un barco y navegar por aguas tranquilas pensando solo en ellos mismos. Caminaba ensimismada hasta que se topó con su auto. Se tentó a mirar atrás, pero decidió que no era ese su camino. Sacó de su cartera un pasaje y lo rompió en varios pedazos, subió a su auto y se fue. El dolor y la tristeza se subieron en el asiento del acompañante, pero ella sabía que antes del final del camino, en la próxima parada, se bajarían del vehiculo. De eso podía estar segura, porque ella había mirando de frente a su realidad y sus miedos y los había enfrentado. La realidad es contradictoria y compleja. Es por esto que la realidad puede confundir. Pero desde el momento que se reconoce que la realidad tiene esta complejidad, aceptar la confusion como natural es un error. Una vision facilista y formal de ella es una tentacion. Pero si lo que se busca es cambiarla, y cambiar uno mismo al hacerlo, es necesario una profunda reflexion sobre ella y sobre uno mismo. Ella había intervenido en su propia realidad, habia decidido no engañarse y no evadirla, y eso le garantizaba que en ninguna noche de insomnio, pudiera arrepentirse de su decisión. Podría no dormir, pero no tendría nada que reprocharse a sí misma. Con el tiempo, podrá recuperar su sueño y las palabras de la figura del barco que ella no pudo entender no aguijonearan sus lunas, sino las de el, esté en el puerto que esté.
Estacionó el auto, entró a su casa y guardó el paraguas. Ya no volverá a llover.

jueves, 25 de febrero de 2010

Sin veda

No se porque motivo te asocio con la lluvia.
Cada noche que siento las gotas jugando en el patio,
llenando de sonido mis sueños y
de olor a tierra húmeda mi cuarto,
me maldigo una y otra vez porque no estas allí
para sentirlo con migo.
Hice un pacto con el tiempo.
Junto con la lluvia despiertan bravos vientos.
En ellos te hablo.
Por ellos te acaricio.
Y cuando vuelven de tocarte,
entran por mi ventana trayendo tu murmullo de entre sueños
y el perfume de tu pelo,
entonces ahí me duermo,
mecida por la tormenta.
Temo decir entonces,
que lloverá hasta que no vuelvas.
Agua, calor, humedad, viento, fuerza…
Pero aun así,
Se me marchita la piel
Un poco más cada día
Y cada noche o tarde que pasa
De lluvia sin vos
Es una nueva tarde o noche
Que maldigo por tu ausencia
Porque me hace extrañarte más
Y necesitarte
Porque siento como si estuvieras al lado mío
Pero sin poder tocarte
Siento que es un canal
Para comunicarnos a la distancia
Pero sumergirme en ella me da frío
Y más ganas de tu abrazo
Y que la lluvia de estos días grises
Nos de enormes raíces
Para encontrarnos bien firmes
Cuando la tierra tiemble bajo nuestros pies

miércoles, 24 de febrero de 2010

Escenario de crisis

Escenografías gigantes del teatro del mundo se han caído. Los actores en escena se han quedado perplejos. El estruendo ha sido feroz. Algunos reaccionaron más rápidamente, exigiendo a los que aun miran desconcertados que levanten sobre sus espaldas los escombros, para rearmar nuevas escenografías, parodias de las anteriores. Como rompecabezas viejos, abandonados, faltan piezas, hay piezas rotas, piezas mezcladas que no encajan. Algunas más o menos se irguieron nuevamente, y las tapizaron con billetes arrancados al público para tapar las imperfecciones. Pero todavía no terminaron de emparcharlas que algunas comienzan a desmoronarse nuevamente.
Las nubes grises de polvo se levantan desde el estrépito y dejan las escenas en penumbras. Se pueden ver algunos ojos de terror, inyectados en sangre de codicia. Se muerden los labios pensando nuevos engaños mientras gritan y vociferan, buscan impostar una autoridad que se les resbala por las escamas de la piel. Pero deben mostrar firmeza. Deben mostrar una situación controlada para que todo siga igual. Para que los hombres de detrás de escena, para quienes hacen funcionar el teatro, el público que paga el espectáculo, los actores de reparto y los extras sin los cuales la obra no existe, no comiencen a sentirse inquietos, no intenten caminar ni moverse. No noten las cadenas que los atan, pero sobre todo, no observen que también son de utilería y pueden arrancarlas.
Llegan gritos de distintos lugares, y los directores de los teatros se estremecen. En algunos lugares han comenzado a volar butacas. En otros se han quemado los telones. Las escenografías tiemblan por los pasos redoblados que se corren en el escenario. Ojos, ojos de terror entre las penumbras. Miran a aquellos hombres con desprecio y miedo profundo. ¿Cómo se atreven? Simples extras confinados a un papel secundario. ¿Pero que se creen? Se preguntan, con voz temblorosa e indignada los hombres de traje entre si, los actores de primera línea, los protagonistas hasta el día en que se escucharon crujir algunas de las cadenas.
Algunos hombres que sólo usaron durante años sus manos para pulir los escenarios, para clavar los decorados, para sostener las luces… están comenzando a reconocer el escenario, a aprender nuevos libretos y a ensayar nuevos actos.
Mientras, los hombres de traje también ensayan nuevas obras, con los ojos de terror siguiendo cada movimiento de la multitud
Los protagonistas comienzan a presentarse en escena
La tensión se acrecienta poco a poco
Llegó la hora de desenterrar libretos que nos han dicho son obsoletos y viejos
Es la oportunidad de trocar los llantos por las risas
Es la oportunidad de recuperar nuestras risas de quienes nos las robaron
Llegó la hora de repasar nuestros guiones y comenzar a preparar la nueva historia

Veda


lunes, 15 de febrero de 2010

Vendedor de medicinas


Tenía una noche habitualmente normal. Sus manos estaban negras de la pintura y el olor del diluyente de toda la tarde todavía la mareaba. Entró a la ducha y bajo el agua caliente una extraña sensación la invadía. Intentó relajarse, puso su programa preferido y se sentó a pintar. Peleaba con el pincel que se negaba a deslizarse como en otras ocasiones, cuando sonó el timbre. Era un hecho extraño que la sobresaltaba, pero al asomarse a la puerta sintió que había hecho eso toda la vida.
Un señor desde la puerta la miraba acercarse.
- Buenas noches. ¿Puedo ayudarlo en algo? Dijo ella, con la íntima sospecha de que no podría.
- Buenas noches. Sonrió y la saludó. Entró como si fuera aquello los más habitual.
Y era raro, porque ella sentía también como si aquello fuera parte de su vida.
Hablaron un rato largo de muchas cosas. Hasta que ella recordó su primer pregunta e insistió:
- Señor, ¿Puedo ayudarlo en algo?
- Ah! Claro, casi lo olvido. Y así, sin más, le dijo:
- Seguramente ud tenga alguna herida que no cicatriza no? Todos las tenemos.
Ella no tenia ganas de hablar de sus heridas, que estaban bajo control, pero estaba intrigada y asintió.
- Bien señora, vengo a ofrecerle un gran descubrimiento del hombre para curarlas.
Se llama alcohol. Sacó de su saco una pequeña botella y la puso sobre la mesa, junto al mate. La botellita estaba manchada de sangre y la impresionó.
- Mire señor, le agradezco, pero no creo que eso funcione.
El insistió. Parecía absolutamente convencido de lo que decía. Ella intentó explicarle que no era esa la mejor forma de curarse. Que el alcohol quemaba las heridas, pero no las curaba. No había forma de hacerle entender. Hablaban un diálogo de sordos. Mas tarde el trataba de convencerla de algo, pero ella no entendía muy bien de qué y un poco mas tarde ella empezó a sospechar que el tampoco lo sabía. Ella comenzó a molestarse.
- Mire señor, Yo no uso alcohol para las heridas. Arde. Quema. Prefiero el azúcar para cicatrizar.
Como buen vendedor, insistió una vez mas en darle su versión de la mejor receta
Ella estaba perpleja. Ella ya le había dicho lo que opinaba. El le hacia muchas preguntas y le planteaba muchos problemas. Ella se sintió fuera de lugar. No era ella quien debía estar allí escuchando. Ella no debía sentir el peso de tener que ayudarlo o de darle la respuesta que exigía. ¿Es lógico que alguien pueda querer insistir en vender algo que ya le dijeron que no hace bien? Pero bueno, el tenia que vender, para su propio beneficio. Así que ella intentó escuchar con atención los testimonios y pruebas para ver si había algo de razón en sus palabras, algo desde donde encontrar una solución. Pero no podía entenderlo. Vendía el alcohol confundiendo sus propiedades con las del agua. Luego hablaba del azúcar y la ponderaba. Luego decía que el azúcar no funciona, que solamente calma el dolor pero no cicatriza. Que por eso el usa el alcohol. Claro que a veces prueba con el azúcar. Y las más de las veces mezcla el alcohol con el azúcar por las dudas… Hicieron un silencio y se miraron. A esa altura ninguno de los dos entendía para que se había acercado hasta su puerta. ¿A vender algo de lo que no estaba convencido? ¿Qué clase de vendedor pretende vivir de eso? Tal vez el notó que había perdido el eje de su discurso. Que había llegado hasta allí a vender una solución mágica, un llame ya de esos que suenan muy bonitos pero todos sospechan que seguro no funciona, y que se había distraído en la oratoria. Así que comenzó a hablar de su propia experiencia, y de cómo colocaba el alcohol en sus propias heridas. Levantando la botella en una mano, para que ella pudiera verla al rayo de la luz, la manga de su camisa se deslizó y ella pudo ver su brazo en carne viva.
- ¡Por Dios!, gritó. ¡Su piel no está bien señor!
- Si, está bien! Esta curando. A veces me duele un poco, sobre todo por las noches
Y abriendo la botella de alcohol la esparció sobre su cuerpo.
- Pruebe señora. Pruebe Ud misma.
- No gracias.
Ella retrocedió un paso, perpleja. El hombre se tocaba el brazo como si nada hubiera en el, aunque en sus ojos un brillo de dolor contenido reflejaba los focos de la lámpara y los entristecía.
- Mire señor, he estado aireando mis heridas para que sequen y ahora, con tanto mostrarlas y probar se me han puesto sangrantes otra vez. Por favor le insisto, pruebe ud curar las suyas y entonces sí encuentra la forma, venga a recomendarme algún buen remedio.
Ella comenzó a sospechar que este hombre no era un vendedor, que simplemente necesitaba compartir sus dolores para que le dolieran menos. Ver que otras personas también estaban lastimadas y contaminar esas heridas con su propia pus. Así que ella tomó otra actitud y distancia. No sabia que decir, no tenía mucho para decir.
- Disculpe ud señora entonces. Mejor me retiro.
Ella notó en la cara de el un profundo malestar, y dentro de ella levantaba calor la infección y sentía que sus ojos iban a estallar. ¿Vino a venderle curas milagrosas o convencerla de algo para convencerse el? ¿Vino en realidad a escuchar si ella tenía alguna? ¿Le preocupaba que ella las hubiera curado? Ella no podía curarlo porque el necesitaba estar lastimado, y que ella también lo estuviera. Realmente no entendía.
Definitivamente, el no se definía a curarse. Creía que lo hacía… pero era evidente que no. Intentó igual ser amable, porque ella entendía el dolor de el. Ella lo sabía en su propia piel.
- Bueno señor. Espero que haga un poco de reposo y recapacite. Y mejor deje sus brazos un tiempito al aire para que sequen.
Ella los esperó un rato en la puerta mientras el husmeaba la cocina, como quien mira un paisaje a recordar. El se acercó a ella y, como vencido por no poder haber desenredado la compleja trama, la abrazó. La impregnó con el alcohol que llevaba en su cuerpo y ella comenzó a sentir el ardor en los cortes y raspones, pero no pudo moverse, no quería.
El se retiró lentamente. Un perro intentó correrlo varias veces, pero se quedó mirándolo partir. Luego quiso correrlo nuevamente, pero ya no lo pudo ver.
Entró a su casa mareada, confundida pero con la impresión que había entendido un poco más de lo que los sentimientos le permitían elaborar en ese momento. Pasados los días ella podrá, tal vez, elaborar mejor lo que había pasado. Se sentó nuevamente en la mesa, miró el mate que se había quedado fatalmente quieto, miró el sillón que tenía enfrente, aun con su forma, y se dió cuenta en ese momento que conocía a ese hombre. Algo en él le resultaba familiar. Se había sentido como si hasta ese día fuera parte de su vida ese ritual. Pero era distinto, era a la vez otra persona. Como si lo hubiese tratado, pero en otra vida, en otra época tal vez, en la que compartieron cosas que en esta ya no podían compartir. Luego se convenció que no, porque su perfume era distinto, y le gustaba mas el anterior.
Abrió un cajón y juntó un montoncito de billetes. Ni bien pueda saldar su deuda, saldrá a buscar algo de azúcar, aun esta convencida que es esta la época en que vive, y que quiere vivirla, sin raspones y sin alcohol.

martes, 9 de febrero de 2010

Sin Olvido

El peor enemigo esta dentro
Cuando todo el tiempo tiramos muros
Y seguimos tropezando con escombros
Y no importa cuantos derribes
Siguen estando allí
Porque aquellos ven lo que no vemos?
Porque las piedras golpean tan fuerte?
Como hacer?
Cual es la receta?
Como rehacer todo, como sin haber hecho nada antes
Como logras de cada día, de lo igual, hacer algo distinto
Y no cansarte
Y no tropezar?
Por los brazos que he pasado,
Las bocas que he besado
Los pasos que he seguido
Las lagrimas que he llorado
Los ojos que he mirado
Y en nada de eso te he encontrado
Y no quisiera,
De verdad,
Seguir buscando.
Quiero yo también despegar
Quiero yo también olvidar y no necesitarte
Ya no quiero recordarte
Quiero olvidar tus palabras
Que los hechos ya enterraron
Y no puedo,
Necesito oírlas cada tanto
Y repetirlas en mí, adentro
Pero vos ya encontraste la salida
Aun sigo buscando y tropezando
No importan los años que han pasado
Ni los nombres, ni las caras, ni las manos
Todo vuelve a cero cada vez
Todo vuelve a aquel principio
Principio de nada
Principio en si mismo sin futuro
Principio y fin
Tal vez sea
Que no te pude despedir
Y tu recuerdo sigue mis pasos
Hasta que no lo deje ir

viernes, 5 de febrero de 2010

Conversaciones bajo el agua

Las palabras costaban, hasta que salieron fluidamente.
Habia muchos temas de conversacion, muchos temas pendientes, pero solo algunos podian hacer bien. Ella podía decir muchas cosas, tenia muchas cosas para decir... pero aun no sabe cuales son las palabras que le duelen a El y cuales no. Las ultimas veces, muchas de las cosas que ella decía, recibían como respuesta: Duele. Estaba desconcertada. No buscaba causar dolor con sus letras, aunque ella estuviera dolorida. ¿Porque le tenía que dolor a el algo que no debia dolerle?
Pero tampoco se animó a preguntarle cuales habian sido esas palabras... porque tal vez era mejor ni nombrarlas ya que de todas maneras, a alguno podrian dolerles.
Asi que hablaron. Y era muy bueno poder volver a hablar con una sonrisa.
No habia parado de llover pero alli no se sentia el frio. El tiempo pasó volando y llegó la hora de irse. Se perdieron entre el agua y los paraguas de la muchedumbre. Espalda con espalda se desdibujaron las siluetas. El agua no perdonaba ni a las palabras, y se fueron escurriendo a cada paso. Ella lamentó no haber aprovechado para robarle un poco del perfume que tanto extraña en ese último abrazo. Como consuelo se fue sientiendo el olor de la lluvia, entre muchas otras cosas que el agua no pudo lavar