jueves, 10 de diciembre de 2009

Inconcluso

Es extraño sentarme frente a la pantalla con miles de sensaciones que volcar y no encontrar las palabras.
Siento las manos inquietas por enchastrarse con acrílicos y colores, pero no encuentro las formas. Tampoco en la música están los sonidos que quiero cantar.
¿Por qué no encuentro la forma?
Será porque siento que mas que escribirlo necesito abrazarte?
Mas que pintarlo necesito besarte?
Mas que cantarlo necesito sentirte?
Porque es raro…
Porque fue mirarte, pero luego verte. Porque fue escucharte, pero luego oirte. Porque fue querer encontrarte todo el tiempo. Sin saber exactamente porque. Dormimos juntos la primera vez que te vi y oí. Tu voz me relajaba. Tus ojos me resultaron tan llenos de secretos… y finalmente te reíste. Todavía ahora me sonrío al pensar en tu risa. Porque fueron despertando tantas cosas mías, de esas buenas que se suelen olvidar en un rincón, llenas de polvo y obsoletas. Atento. Pendiente. Amable. Suave. Tierno. Sorprendidos.
Empecé a pensarte y sin darme cuenta, comencé a extrañarte. Asumí que te extrañaba y comencé a necesitarte. Acepté que te necesitaba y comencé a quererte. Pensé, siempre pienso. – Será por el momento particular. Pero fue más allá. Lo que sentía tomó vida propia y tomó mi vida. Tropezamos. Nos sentamos a charlar. Charlamos. Y hablé y hablé. No pensé el para que, simplemente me abrí. Porque estabas ahí escuchando… porque vos también oías. Me mirabas fijo, con algún atisbo de desconcierto. Pero ya no me importaba, me estaba volviendo transparente. No tenía miedo de decir lo que quisiera decir. Sabía que no me juzgabas. Sabía que del otro lado de la mesa, vos intentabas comprenderme. A la hora de despedirnos creo que entendí y, en buena hora, me sentí bien de sentir. No pensé si debía o no. Ahí estaba. Tu abrazo. Mi abrazo. Un abrazo tan nuestro como pocas veces sentí.
Los relojes se pusieron en hora y cada minuto empezó a ser distinto.
Volvimos a vernos. Nuevamente nos sentamos y charlamos, y yo todavía no sabía que tan profundo sentía hasta que me miraste fijo y hablaste, y me di cuenta que no sabía que decir. Que tu honestidad no hacía mas que convencerme de lo que, justamente, me decías que tal vez era mejor no convencerme. Mis ojos no querían mirarte, pero vos no dejabas de observarme. Fue una sensación tan extraña! Otra mas! Una tras otra, todo el tiempo!. Sabía que debía levantarme e irme, pero no podía. No sabía si volveríamos a sentarnos, y cada segundo allí sentados valía oro. Sin tocarnos si quiera, solo acariciándonos con las palabras y las miradas.
El tiempo se agotó. Lo habíamos estirado tanto como se podía hasta casi romperlo. No había mucho más que decir. No sabíamos tampoco que se podía hacer.
Nos despedimos, profundamente. Con una despedida abierta a ser un adiós, un hasta luego o un principio. Como fuera que siguiera, ya en ese momento, te habías vuelto inolvidable para mi boca y mi piel.

No hay comentarios: