lunes, 1 de junio de 2009

Sueños y tormentas

El sueño entrecortado me asalta varias veces en la noche. Me despierto con la cola de los sueños golpeándome agudamente.

Éramos varios en la sala. Tres o cuatro sentados a una mesa, como de oficina, con vidrio. Cuatro más en un sillón rojo y el resto como colocados sin querer, dispersos en la habitación. Cada grupo habla para dentro, aunque no logro escuchar lo que dicen, siento que me miran de reojo aunque me sienta omnipresente en realidad.

Solo uno no habla ni se comunica. Sentado en el medio del sillón, con las piernas entre abiertas y los codos sobre las rodillas, descansa su cara sobre sus manos mientras fija la mirada en un punto infinito. Parece muerto.

Me acerco para hablarle pero no se mueve, ni me mira. Una chica rubia sentada a su lado me mira y se sonríe. Desliza su mano sobre la espalda del hombre petrificado, le sube apenas el pullover verde por sobre la cintura y lo rasca dulcemente, sin dejar de mirarme.

Intento hablar y no me salen las palabras. La escena se ha congelado y todos voltean para verme. Ya no hablan. Sus ojos pasean desde la cintura del hombre hasta mi cara una y otra vez.

La casa era enorme, antigua, muy pero muy blanca con marcos altísimos pintados de negro, al igual que las barandas de las escaleras.

Salgo desesperada de la habitación y lo llamo. No responde.

Vuelvo a entrar y ha cambiado su posición. Ahora se encuentra en la mesa, riendo y conversando animadamente. Nuevamente intento hablarle, gritarle… pero no me salen las palabras. No quiero que nadie escuche. Le entrego en mano un celular marrón, viejo. Le digo que lo encontré y es de el. Por primera vez detiene sus ojos sobre mí y se niega a tomarlo. Me enojo y se lo pongo en la mano. No se porque se me ocurrió que era de el, solo lo sabia.

Salgo nuevamente de la habitación y entro en otra muy alta, donde no podía ver el techo. Podía inferir que existía porque una enorme araña de luces, negra, apagada, colgaba en el medio del cuarto. Bajo ella, una mesa de bronce negra con un vidrio. Reinaba la oscuridad. Todo se veía gris por el propio reflejo que emitían las paredes blancas. Una luz apagada.

Llamaba al celular e intentaba una vez mas establecer una comunicación con ese hombre. Lloraba y solo podía repetirle: - No. Esto ya es demasiado. Una cosa es que estés con ella y otra muy distinta es que delante de mí se rían de esa manera. La vi tocándote la espalda, amorosamente, delante mío, y vos no decías nada.

Completamente enojado me decía que no. – Eso no es así. ¿Dónde viste que me tocara? No quiero que me molestes más. No esta mal que me toque si quiere. Soy libre.

- Pero te estas contradiciendo. Me negas que te tocaba y después me decís que esta bien

- No molestes

- Pero me hace mal

- ….

Entre indignada nuevamente en la sala. Esta vez, todos reían sin sonido, y me miraban. Le arrojé el teléfono y le dije que no quería saber nada con el y salí corriendo.

En la calle corría agotada, queriendo alejarme de esa muchedumbre. Pero me seguían. Salieron corriendo tras de mi.

En el camino tropecé con un payaso y una bailarina, que sostenían una barra a la altura de mi cintura. Estaban bailando y para poder seguir en mi camino debía pasar bailando por debajo.

Realmente no podía entender. Lo último que quería hacer era bailar. Esa gente tan feliz danzando en la vereda y yo que simplemente quería huir. Pensé para mis adentros que pasaría igual, pero que estaban locos si creían que me pondría a bailar para poder hacerlo. Puse mi rodilla derecha en el piso, junto a mi mano izquierda, para tomar envión y seguir. Pero bajaron la barra y la tiré con mi cabeza. La barra era de hierro muy pesado y el dolor que sentía era muy agudo. Había quedado mareada y me sentía culpable de haberla tirado. Me sentía enormemente torpe y entupida. El payaso, la bailarina y la muchedumbre que me seguía me rodearon y me echaron en cara el haberla tirado, el no haberme detenido a pensar por un momento como pasar y haberles arruinado el juego. Mire a los costados buscando algún gesto de apoyo, alguien cuerdo dentro de esta locura, pero a mi lado solo tenia una vieja, muy vieja, en silla de ruedas. Entonces me di cuenta que la barra la había golpeado ella, al querer pasar y no poder agacharse, y que al tirarla me había golpeado. Una sensación de alivio me invadió y quise explicarles lo que había pasado, pero se enojaron aun más y se abalanzaron sobre mí. Esa fue la última vez que desperté en la noche, completamente angustiada.

Eran las 5 am y todavía tenia una hora más para dormir. Pero fue en ese momento donde no pude más y estallé. Lloré y lloré todo junto. La tristeza y la bronca. Ya no me importaba cuanto solucionara… tiraba de las sabanas y la colcha como si desgarrara mi propia piel. Quería arrancarla. Hundí mi cara en la almohada para ahogarme. El ya lo sabía y no me dijo. Rebotaba en cada latido que sentía en la cabeza. Lo sabía y lo ocultó. ¿Y ahora que puedo decirle? Me sentía acorralada. Todo lo construido se había desmoronado, no sentía el piso bajo mis pies como para pararme solidamente en intentar de nuevo. Aunque quería. Todo se transformaría ahora en un chantaje interno cotidiano. No molestar, no cuestionar, fingir… porque al fin y al cabo era yo la que caía en el vacío. Buscaba y me costaba convencerme de que había algo mas que no haya sido atacado por la tormenta. Me sentí rehén. Toda la casa tenía partes de él. Estaba completamente atrapada. Quería intentar pero a la vez me angustiaba un certeza… que no quería. ¿Cómo hacer? Esto era la tristeza.

Y es allí donde los pensamientos daban paso a la bronca. Justo ahora! Los últimos días había intentado liberarme, creer, entregarme sin miedo ni desconfianza. Autoconvencerme que lo que construía era sólido. Trabajaba sobre una difícil superficie de adobe que se había mojado con las tormentas, pero convenciendome que podrían surgir ladrillos de piedra donde hasta ahora había barro. No era el mejor momento, definitivamente no era. Necesitaba un poco de tiempo para pisar segura. Para sentir que no había nada que cuestionara o pusiera en peligro aquellos que teníamos entre las manos. Pero la tormenta se desató con toda su furia, arrastrando los escombros. Yo solamente quería un paraguas,

Pero no lo pensaste…

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