martes, 18 de noviembre de 2008

TORMENTA DE VERANO

No…. El horizonte parece tranquilo. El sol ocupa su lugar, aun no muy alto porque es temprano, así que la luz llega cremosa… sin lastimar, sin quemar. Hacia atrás todo parece en su lugar también. Las nubes se desenvuelven lentas… muy lentas… el viento a penas es un suspiro que las acaricia y ellas se mesen extasiadas. Los árboles brillan a la luz del sol y compiten en colores y aromas, abren sus ramas como queriendo abarcar el mundo en una delicadeza de clorofila perfumada.
Camina por el pasto, descalza. El verde mullido hace cosquillas en mis pies. Los cardos son tan brillantes en sus flores y hojas que son fáciles de esquivar. Se acerca al borde de un arroyo y se sienta a mirarlo. El agua golpea las piedras y emana un melodía armoniosa. El sol juega y transforma el arroyo en múltiples espejos que encandilan. Se recuesta a su vera mientras juega con las piedras más pequeñas de la orilla, pero sigue alarmada. Tiene la piel erizada y algo le indica que no todo esta bien, y es ahí cuando lo nota… el silencio de las aves. No hay pájaros cantando. Mira hacia todos lados pero es imposible encontrar siquiera uno. Solo ha quedado un grillo, evidentemente perdido en la cronología del tiempo, frotando sus patas… toda la noche, toda la mañana… se han gastado y suena a lata.
Un poco de tierra entra en sus ojos que buscan, se sacude y llora un poco. Se despeina… el olor intenso de la tierra invade su nariz. El viento la golpea, la empuja, como si quisiera sacarla de ese paraíso. Todo se vuelve negro. El sol fue secuestrado del firmamento por un par de nubes negras repletas de dagas de agua y choques eléctricos. Corre y se refugia en unas matas de frambuesas. Ya le parecía que algo no andaba bien. La lluvia arremete con violencia y sacude toda la paz del mediodía. Los árboles gimen mientras sus brazos tan abiertos se cansan y se vencen, cayendo al piso en ramas todavía vivas en camino de muerte. El arroyo se transforma en una víbora de agua que devora todo a su paso. El grillo se ha callado en un llanto ahogado.
Todo bajo sus pies se vuelve barro. El piso se mueve y se resbala, cae, rueda, se encastra de tierra negra vomitada por el cielo. El frío se apodera de sus pies, de sus manos, de su cuerpo. Su cara se endurece con un gran escalofrío y pasa así las horas, hasta que deja de llorar. Los músculos de su cuerpo están tensados y cansados del llanto.
Sus ojos hinchados casi no pueden cerrarse.
Las ultimas lagrimas recorren el lecho del arroyo… su pradera ha cambiado y sabe que ya no volverán los pájaros.
Busca en su mochila sus zapatos para poder caminar en el lodazal sin lastimarse.