martes, 1 de julio de 2008

El muro, un cuento de este mundo

Daba pasos tímidos. Hacia fuera retumbaban con dureza y firmeza. En paso acompasado de zapatos de plomo. Pero dentro de los zapatos los pies tímidos traspiraban y se ampollaban. Sus zapatos se hundían buscando el piso firme bajo el terreno fangoso… pero sus pies podían percibir la gomosidad del terreno, la superficie resbaladiza e insegura. Trastabillaba y se movía en extraños ademanes de equilibrista embistiendo la inestabilidad que la sacudía. Tenía la convicción que una caída sería fatal.
Su caminar era difícil. El frío le pegaba de lleno en la cara, el frío de una gran pared de hormigón que se movía siempre a dos centímetros de su nariz, frente a sus ojos. Un gran abrigo ocultaba su diminuto cuerpo, doblado sobre sí mismo formando un gran signo de interrogación, dentro del cual buscaba aislarse de la intemperie lacerante. El abrigo era enorme… veía su sombra en el piso y daba la apariencia de una gran figura erguida con firmeza sobre sus extremidades, pero dentro quedaba poco espacio para respirar y se agitaba. Este era su mundo, así había sido y debía ser. Pero algo le llamaba la atención. La pared nunca se movía de su campo visual. Cada tanto lograba espiar un poco mas allá, cuando al hacer algún movimiento brusco y sorprendente la pared tardaba en volver a su línea frontal, reacomodándose firmemente, nuevamente, una y otra vez. El continuo hormigón que le cerraba el paso la atormentaba. Durante años, con una rara alquimia, logró desarrollar unos enormes anteojos con vidrios gruesos de soberbia, y armazones de autosuficiencia. A través de esos cristales pintaba en la pared paisajes y realidades, caminos y atajos… y de esta forma recreaba la sensación de caminar siempre hacia delante. Se acostumbró a un personaje y creó personajes para todo lo que la rodeaba, llegando a veces a confundir lo real con simples imperfecciones o adornos del muro. Las voces que le llegaban, atravesaban las gruesas capas de piel y llegaban sin fuerza, frías… El mundo en el que vivía estaba compuesto de aquellos que arrastraban sus zapatos y de aquellos que estaban conformados por el mismo material del muro que los rodeaba. Todo era un potencial peligro. Algunos pocos lograban comunicarse asomando un poco, solo un poco, la nariz desde dentro del abrigo y bajo los pesados anteojos. En última instancia, tampoco era tan necesario… ¿Un contacto tan directo? ¡Ni pensarlo! Y si luego no podía volver a acomodarse en su abrigo, seguro moriría de frío, desnuda y entre temblores frente a todas las miradas que la seguirían inquisidoramente… ¡Era sólo una persona en un enorme abrigo y grandes zapatos!. No, ni pensarlo.
Las llagas de los pies fueron empeorando con el tiempo, de vez cuando, cada vez mas seguido, cuando nadie la veía, sacaba sus zapatos y soplaba las heridas para que molestaran menos. El peso del abrigo logró quebrar su espalda, y cuando en la soledad de su refugio podía colgarlo y airearlo, casi no lograba mantenerse erguida. Los anteojos eran lo peor. No podía quitarlos nunca… todo a su alrededor se volvía gris y asustada volvía a colocarlos sobre su nariz. Así las cosas nuevamente tomaban las formas definidas y violentamente contrastantes del blanco y negro en pureza pura. Así andaba sus años. Todo bajo control.
Un día algo le llamó poderosamente la atención. Una vez, mientras aireaba su abrigo y se movía frenéticamente para evitar la hipotermia, no pudo erguirse. Por mas que intento no podía poner su cabeza hacia el frente. Su mirada obligada para descansar la postura era el terreno fangoso que pisaba. Así fue que apreció un extraño fenómeno, libre del saco que arrastraba y le cubría los pies, pudo observar la huella que había dejado. La huella era profunda, sin duda, los zapatos bien marcados en el piso eran señal inequívoca de que ella había pasado por allí. Cual fuera su sorpresa al notar que las huellas cerraban un perfecto círculo. Y cuanto más al notar que algunas otras pisadas que lo atravesaban se habían secado como testigos de su paso, pequeñas, de pies descalzos. Ella nunca había reparado en ese detalle. Algunas simplemente pasaron. Otras acompañaron algunas vueltas en el círculo. Otras daban la impresión de haber huido o simplemente de haber salido del círculo arrastrando un paso cansado.
¿Pero entonces? ¿Tanto andar sin haber ido a ningún lado?? ¿Y esas pequeñas pisadas? ¿A donde habían ido? Y observó, tanto tanto que los ojos le dolieron, necesitó restregarlos, para lo cual debió sacarse los anteojos. El mundo gris resaltaba mas las pisadas perdidas, y sin sus gruesos cristales pudo verificar lo impensado. Las pisadas se perdían detrás del muro… Pero… entonces… ¿Cómo podía ser? Las pisadas iban y venían bajo el pesado hormigón. Incrédula… repitió este secreto ritual numerosas veces, mientras una terrible duda consumía el poco aire que tenía cada vez que volvía desesperada y asustada a su abrigo. El muro siempre lucía inamovible, como última garantía de un refugio de otro mundo que evidentemente existía al otro lado, pero que le daba terror. Desde niña había escuchado terribles leyendas sobre el mundo exterior. La pisadas que venían eran comprensibles, lo incomprensible era que luego de atravesar su circulo volvieran hacia el muro y desparecieran tras el. ¿Por qué querrían volver? ¿Por qué no hacían círculos como ella? ¿Por qué andaban con sus simples pies?
Finalmente, una noche, se durmió sin sus anteojos. La había vencido el sueño mientras meditaba profundamente lo que pasaba e intentaba darle una gran explicación, una mas de las que ya había acumulado en un interesante catalogo de todo tipo de racionalidades, al que recurría cada vez que tenia alguna duda. La había vencido antes de darle tiempo a colocárselos nuevamente.
La despertó un sonido extraño, el sobresalto la lanzo tan lejos del muro como nunca antes había estado. Desde allí el muro le pareció mas bajo. Buscó desesperada a tientas los anteojos pero se había caído sobre ellos y el armazón ya no podía sostener los pesados vidrios. Los coloco con sus manos delante de sus ojos, una mano, un vidrio, un ojo... otra mano, otro vidrio, otro ojo. Se acercó nuevamente. El sonido había sido producto de una enorme rajadura que se produjo en el muro. Del otro lado de la grieta se escuchaban voces como nunca antes las había escuchado. Un cálido aliento atravesaba por las hendijas descascaradas. Inútil fue buscar su catálogo de explicaciones. Había implosionado ante las nuevas voces, las nuevas explicaciones que llegaban del otro lado. La curiosidad la inundó. Quería, decididamente, atravesar ese muro. No sabía como. Volvió a alejarse para tener otra perspectiva. Y se dio cuenta que podía alejarse cuando quería. Desde allí pudo observar pequeñas manos que hacían señas desde el otro lado. Rosadas, sin sabañones. Entonces estudió ceñudamente el muro. Lo midió. Pensó cual sería su composición. La resistencia. El material. El origen… ¿Cuál era su extraño origen? ¿Su génesis? ¿Quién lo había colocado allí? Lo maldecía y golpeaba lastimando sus manos. Resignada, ya estaba haciendo un nuevo catalogo de explicaciones cuando algunas manos lograron asomar sus dedos por la grieta. Debió soltar uno de los vidrios que sostenía frente a sus ojos para tocarlas. Eran suaves. Calidas. Tiraban de sus manos hacia el otro lado. Debió soltar el otro vidrio para poder tomarlas con sus dos manos en intentar pasar. Debía saltar… de alguna forma entendía que del otro lado la sostendrían en la caída. Intentó infructuosamente hasta que se vió a si misma, ridícula, intentando saltar con un pesado abrigo y zapatos de plomo y pudo reírse de su estupidez. Pudo reconocerse riendo. Pudo reconocerse saltando. Entonces, de a uno, desabrochó los botones del saco. El frío le dolía pero sabía, por alguna extraña razón, que no la mataría. Luego, con gran dificultad tiro de sus zapatos. Ya no se hundía en el piso. Su propio peso sin abrigo y sin zapatos le permitía caminar por el fango sin hundirse. Ya no pensó en la vergüenza de su desnudes frente al mundo del otro lado del muro… sólo pensaba en probar cuanto podía saltar y volar sin la pesada carga. Las manos volvieron a tomarla, liviana, entregada, comenzó a trepar. Un nuevo golpe. Un último estruendo la conmovió profundamente cuando el muro caía frente a sus pies como un débil castillo de naipes. El llanto sin razón resaltó la imagen frente a sus ojos. Nunca había sido más que eso. El mundo era el mismo. No era un paraíso ni un mundo ideal el del otro lado. Pero ella comenzó a transitarlo sin peso, sin hundirse. El roce con otros cuerpos le brindaba más calor que su viejo abrigo. Sus pies se lastimaban cada tanto, pero al aire libre podían cicatrizar rápidamente. Los grises le dieron dimensión a lo que la rodeaba. Ya no camina en círculos, lo pudo ver aunque su cabeza aun no terminara de erguirse por su espalda quebrada… hay cicatrices que no se borran. Pero las miraba para recordar el viejo mundo al que no quería volver. Quería ser feliz.
El día que termine de descubrir la verdadera génesis del muro que la oprimió, él que ella misma día a día colaboró en construir, colocando ladrillo sobre ladrillo en la pared, su espalda se habrá curado y su cabeza podrá erguirse nuevamente. Así podrá apreciar el nuevo mundo del viejo mundo, en todo su esplendor… y colaborar, pero esta vez, en seguir derrumbando muros, pero hasta el final.


1 comentario:

Espiritu Muajajesco dijo...

Guau. Muros, más muros. (Y paisajes vacíos), y cargas pesadas.

A este otro muro le hicieron hace tiempo un disco doble. Seguro que te olvidaste de buscar la letra, asi que acá te la dejo, con una traducción (que no está del todo bien, pero ayuda).

http://www.traducidas.com.ar/letras/pink-floyd/mother