viernes, 25 de julio de 2008

Banquete



Como cuando vas a un restaurante de esos que casi nunca vas. Un restaurant de esos que hacen comida como a vos te gusta… esa comida especial que no podes hacer en tu casa porque no tiene el mismo gusto. De esos restaurant en que todo esta sazonado justamente, gustosamente, exquisitamente. Ese en que la cartilla de postres es inmensa, y no podes decidir cual querés, y comes todos los que podes hasta reventar. Esa sensación de querer seguir comiendo, de lamentar haber comido durante toda la semana porque sino lo hubieses hecho, ahora tendrías tanto lugar para seguir comiendo como tentaciones te dan los platos. Probas un poco de este y un poco de aquel. Gustos, texturas, sensaciones. Hasta que llega un momento que ya no podes. Aunque quieras, tu estómago pide a gritos un respiro. Hundís la última cucharada en la esponjosa mousse de chocolate y la miras frente a tu boca. La miras por todos lados, como disfrutándola aun mas sabiéndola la despedida La oles para anticipar el gusto de la suave cremosidad de la glucosa en tu boca mientras tu saliva se precipita preparándose para el manjar. La comes de apoco, dejas un poco en la cuchara y la volvés a mirar, hasta que finalmente la engullís toda. Ya no cabe más. Tenes la sensación que si ya nunca mas pudieras sentir los gustos, no te importaría. La íntima comunión se va apagando a medida que tus ojos se cierran y dormís con satisfacción. Al otro día todavía podes sentir los sabores en tu boca… y lo primero que lamentas es no haber terminado de comer el postre todo entero, y no haber repetido el primer plato, y no haber probado aquel de extraño nombre con salsa de almendras, de no haber masticado mas lento para que dure mas, de no haber saboreado un poco mas cada bocado en tu boca. Cuando la sensación de saciedad se esfuma, querés más, y el sabor en tu boca no hace más que recordártelo.

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