martes, 29 de julio de 2008

Cortinas

Una torre. Gris, ocre, fría, alta. Una noche cerrada sin luna de fondo. Un pasillo, húmedo, rechinante bajo los pasos múltiples de ecos. Una puerta. Una cortina colgante… como de mechones plateados, de piedras transparentes. Se mecen con el viento y retintinean suavemente, en susurros. Cierra el paso (o lo abre) de un propio espacio. Conoce ese lugar perfectamente. Ha estado allí varias veces. Busca y dentro sólo se ve una figura cuya cara recorre el pequeño espacio desesperadamente. Sí, seguramente también busca, piensa mientras se sienta a observarlo. Del otro lado de la cortina, sabe como se siente. Sabe que la penumbra engaña la pupila y crea terribles monstruos, realza dudosas realidades, convierte los indefensos hilos de plata de la cortina en pesados barrotes de hierro. Observa ese cuerpo atrapado. Tal vez dos, tres, cientos. Puede ver su iris hipertrofiado desgarrando las sombras, buscando azes de luz. Un cuerpo desnudo bajo mil pieles que jamás se relaja. Va, viene. Apuñala las paredes con sus ojos. Escupe ácidas maldiciones a su carcelero imaginario. Gruñe quedamente cuando se sienta en un rincón tomando sus rodillas contra su pecho. Sus pestañas inquietas decoran las noches del sueño que no llega. Se pueden escuchar sus vísceras reclamando, se retuercen, gimen ante el maltrato. Transmiten un mensaje indescifrable para la figura ofuscada de oscuridad: Su cuerpo no es el que lo atrapa en esa cárcel. Su cuerpo es una víctima inocente que recibe los castigos de su despótica existencia. Su cuerpo y su cabeza son una expresión más de las contradicciones que lo atraviesan. La belleza que portan se agria con el rictus de desagrado de la vida. La belleza de sus formas, de sus ideas, se planta impotente frente a las imágenes que capturan los ojos, frente al dolor y los recuerdos que atesora en cada bloque de piedra que hay a su alrededor. Esa es la pesada carga que quiebra su espinazo y dobla sus piernas. La que cubre la belleza de su mirada con una densa capa de niebla de tristeza y angustia. Así se arrastra, llega a la cortina… casi puede tocarlo… pero la figura se detiene ante la cortina como ante la imagen del mismísimo averno.
Sigue perdido en cavilaciones, la cortina se mece suavemente, ella lo observa. Puede ver que la riqueza que lleva dentro se escapa en pequeñas dosis. Hay algo mágico dentro de esa figura que se desespera por salir. Golpea, se hincha, explota cuando implosiona reflejando destellos en los fríos muros. Atrapado en el ya no mas, y en el todavía tampoco, duda y prende una vela temerosa en el medio del piso. La danzante luz alterna rincones de oscuridad con pequeños oasis. Ahora puede verlo mejor. Hay pequeños rastros en su sonrisa de un mundo interior fértil y vivaz. Algo en pequeños instantes de su mirada, en algunas tonalidades de tus palabras, que refleja un gran potencial de tormentas de cambio. De luces que queman el aire. De terremotos capaces de arrancar de raíz los paisajes y ponerlos de cabeza. Esta misma torre podría caer como un mal recuerdo. Pasa el tiempo con sus manos, que construyen belleza, la escriben, la interpretan, la tocan, la pintan. Sus manos producen vibraciones que exasperan a las sombras que lo cubren y la conmueven a ella, mientras lo mira. Sus manos construyen realidades. Se acerca. Tal vez debería hablarle, decirle que debería intentar correr la cortina, atravesar los pesados barrotes para descubrir que no lo son. Pero es difícil. Su voz no logra atravesar las sombras. Rebelarse al mundo requiere rebelarse contra sí mismo y así revelarse. Asumirse para consumirse y rehacerse. Hacer. El cambio es permanente. Reconocerse las heridas, lamerlas, cuidarlas para curarlas… en el difícil equilibrio de no quedarse subsumido en ellas… buscando un lugar equidistante de resolución para luego meterse activamente en el alud del cambio. Los miedos siempre están presentes, nos sabemos vulnerables, nos sabemos hombres sensibles, mortales, presos de la ira, el amor, el dolor, la bronca, el odio, la felicidad… presos de un mundo que se ha hecho cárcel, que nos oprime con paredes subliminales, de creencias y tradiciones, de moderna modernidad que nos avejenta. Y aunque las musas nos hagan libres, somos esclavos. Pero es sabiéndonos esclavos que podemos proponernos romper nuestras cadenas, las que nos sujetan a las otras cadenas. Se sienta del lado de la cortina y lo mira. El mira los barrotes y duda. Ella estira su mano y atraviesa la cortina, toca su cabeza y lo acaricia. El se asusta y desconfía. Se retrae, se entrega y vuelve nuevamente sobre sí. Ella espera que el también tienda su mano y compruebe la vulnerabilidad de su prisión y reconozca la posibilidad de erigir un mundo distinto. Tal vez así pueda abrazar el mundo actual sin miedo, seguro de sus pasos. Tal vez así los golpes dejen de ser mortales, se termine con las agónicas incertidumbres. Tal vez así pueda tener miedos, golpes e incertidumbres que en lugar de paralizar lo lleven a superarlos. Le susurra:
- El mundo es nuestro compañero. Cuando rompamos nuestras cadenas seremos libres de cambiar el mundo, este mundo que nos ata con cadenas. Sin cadenas construiremos y nos construiremos a nosotros mismos, en una nueva vida. No perfecta, no exenta de sombras y miedos, pero en movimiento. Hay que dar un paso. Estirar una mano. No temer abandonar la oscuridad que ya se nos ha vuelto familiar. Susurra y espera. Apoya su espalda sobre la pared, de frente a la cortina, abre sus brazos al vacío y espera. El día que te abrace y estés, sabré que corriste la cortina y escapaste de las sombras; y veras este mundo que se abre ante nosotros exigiendo que lo cambiemos, y lo estaremos cambiando, y estaremos cambiando. La cortina se esta sacudiendo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

I like your blog.


credit report

Espiritu Muajajesco dijo...

Guau. Ai laic ior blog tuu.
Zarpada combinación del teorema de la caverna con altas dosis marxistas y mucha pintura, densa, espesa... tangible. Merecedor de un guau.