viernes, 1 de agosto de 2008

Mi saludo a los trabajadores del neumatico

La palabra “neumático” (viene del griego, relativo al pulmón por el aire que lleva adentro) adquiere un nuevo significado en estos días. Hasta ahora, el aire que lo llenaba, daba forma, daba vida… era el de los propios trabajadores, que dejan su propio aire, su salud y su vida, en sus puestos de producción. Pero estos días son distintos. La rueda de la explotación se pincha. Algunos lo saben, otros comienzan a darse cuenta. La agitación se extiende. Hay nuevos aires. Comienza a girar otra rueda, la rueda de la historia.

Algunos millones salen todos los días de sus casas para ingresar en las fauces del monstruo que los oprime durante doce horas. Otros cientos corren mejor suerte y lo hacen por un par de horas menos. Dejan tras de sí su hogar con su cama llena de sueños incumplidos. Llevan consigo el recuerdo de la cara de sus hijos que solo pueden ver un ratito por día, o el de sus esposos o esposas a los cuales, saben, les deben varios Te Quiero por falta de tiempo y desgano. Luego de años han guardado en un rincón, muy dentro suyo, viejos anhelos y esperanzas, ilusiones, proyectos, ganas… Algunos miles trabajan con el caucho, goma negra y espesa que les recuerda a sus frustraciones. Algunos miles más, ya ni las recuerdan. Como sea, el monstruo que exhala humo negro de caucho es insaciable. La fábrica de neumáticos no para y sigue con ritmo febril engullendo a sus trabajadores. Sus vidas van adquiriendo el color oscuro de las cubiertas, una senda gris que se transforma en alienante rutina marca sus pasos día tras día. A veces resulta difícil ver donde empieza y donde termina esta monotonía. Pero hay veces que, como a tantos otros les ha pasado, algo la interrumpe violentamente y un aire nuevo se respira entre las máquinas. De golpe, de a uno levantan la vista y se encuentran en los otros. Pueden distinguir en los ojos que los rodean un atisbo de profundo odio en lucha con la resignación. Alguna que otra mueca de hartazgo. Un puñetazo en una máquina. Sospechan que sus propios ojos han de verse igual. Sienten que la impotencia se vuelve impotente ante la bronca que crece. Uno se levanta de su puesto. Se mueve. Otro lo sigue. Hablan. Cada vez más alto. Agitan sus manos y sus palabras. Lo que dicen llega a sus oídos pero golpea directo en el estomago. Un calambre de ira se extiende y se conecta con los otros. Las voces se multiplican. Alguien toma la palabra y dice: -¡Compañeros!... Todo estalla. Los años de opresión se transforman en ansias de cambio. Se multiplica. Se expresa en las banderas: Pirelli explotador.
Van por sus verdugos.
Los dueños de Pirelli, Firestone y Fate se han embriago con la sangre y el sudor de sus trabajadores durante años… su sed de ganancias es infinita y no hay razones valederas para apelar a su comprensión, las únicas razones que entienden son las de su capital. Estos capitalistas que resultan ante los ojos de la gente como grandes rivales de competencia, no dudan en unirse y acordar para avanzar aun más sobre sus trabajadores. No darán espacio a la rebelión. Porque no basta con salarios miserables. No basta con extensísimas jornadas de trabajo. No basta con robarles vida en cada línea de producción, no basta con agotar sus fuerzas vitales… no pararan hasta doblarles las rodillas y hacerles pagar el precio de su irreverente ocurrencia… Piensan, apoltronados en sus sillones… -¡Un aumento de salario! ¿Cómo se les puede ocurrir semejante sacrilegio? (Y llaman al ministerio para quejarse) ¿Delegados que no se venden y hablan de derechos? ¡Esto ya es demasiado! (Y llaman a sus matones para amedrentarlos, robarles, atacarlos, perseguirlos) Tal vez no hemos ajustado suficientemente los ritmos de producción… tal vez algo en el plan de alineación ha fallado. ¿Convenio? ¿¡Pero es que están locos!? (Y llaman al sindicato para exigirles que no se pasen de la raya) Todo se ha puesto del revés… paro… asambleas… (Y llaman a su cohorte de abogados y llegan los despidos).
Se unen y atacan, como jauría de perros rabiosos… 10, 20, 50, 100, 150… familias en la calle. Nada los conmueve. Solo la idea de redoblar las cadenas de sus ejercito de esclavos que se rebelan. Lo que sea necesario para aleccionarlos. Causas judiciales. Apretadas. Chantajes. La suerte de cientos de familias que quedan en la calle no vale nada para ellos.
Los trabajadores reaccionan y paran. Para los trabajadores, parar, es una de las formas mas efectivas de moverse. Cuando paran, paralizan el monstruo que los consume y lo dominan. Le enseñan que ellos deciden sobre sus impulsos vitales. Paran la sangría que los patrones se llevan en ganancia. Paran la despótica explotación. Paran y piensan, debaten, se organizan. Los dividen. Marchan… suben a los micros que ruedan sobre las ruedas que ellos fabrican y llegan a la capital, van al ministerio, quieren hacerse oír. Llegan los trabajadores de azul. Se plantan. A lo lejos se ve una masa bordó. Se acercan. Comienzan a cantar. Se escuchan las mismas voces. Aunque se ven distintos en color pueden reconocerse iguales. Se funden en interminables abrazos de clase. Saltan. Gritan. Comienzan a sentir algo distinto. Algo que tenemos de deuda con la historia. Algo que han intentado borrar por décadas bajo pesadas alfombras de tradiciones, morales, leyes y alineación. Algo que cada tanto surge con la fuerza vital de pequeños brotes que pueden transformarse en enormes robles. Algo que hace muchos muchos años atrás los fundadores del marxismo denunciaron y accionaron para cambiar:
“Me pagas la fuerza de trabajo de un día, pero consumes la de tres. Esto contraviene nuestro acuerdo y la ley del intercambio mercantil. Exijo pues, una jornada laboral de duración normal, y la exijo sin apelar a tu corazón, ya que en asuntos de dinero la benevolencia está totalmente de más. Bien puedes ser un ciudadano modelo, miembro tal vez de la Sociedad Protectora de Animales y por añadidura vivir en olor de santidad, pero a la cosa que ante mí representas no le late un corazón en el pecho. Lo que parece palpitar en ella no es más que los latidos de mi propio corazón. Exijo la jornada normal de trabajo porque exijo el valor de mi mercancía, como cualquier otro vendedor”.

Pequeños pasos de enorme valor y osadía. Un saludo a estros trabajadores que van rehaciendo el tortuoso camino, en avances y retrocesos, rearmando los puentes que nos han roto de las generaciones pasadas. De lecciones y conquistas olvidadas y enterradas. De feroz lucha contra la opresión, de naciente lucha de clases. El único camino, el que nos lleva a la liberación definitiva del hombre, al de una sociedad sin explotados ni explotadores.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

hacia mucho que no pasaba por aca...

muy lindo y aparte me instruyo un poco sobre el significado de la palabra...

cuidate mucho y ojala un dia no haya huelgas, digo no haya la necesidad de hacerlas...

muassssssss


exitos!


vale

Jack Celliers dijo...

Hay cosas mucho mas importantes que la salud de los trabajadores: la patria, el campo, Dios Nuestro Señor, las buenas costumbres y el iPhone

¿Para cuando un post sobre las cosas que interesan a "la gente"?