miércoles, 13 de agosto de 2008

Danza de guerra

El frío golpeaba desafiantemente el vidrio de la ventana. Asomaba amenazante su aliento empañando los cristales, se había colado por las hendijas de la persiana y reptaba sigilosamente por las sábanas. Dos fugitivos eran sus víctimas. Refugiados en la cama, tapados hasta la nariz con las frazadas, bañados por la sombra azul de la música. Se tantearon, se buscaron, se abrazaron. Sus labios aun en sueños, se llamaron con un gemido imperceptible. Se fusionaron en un pequeño beso que creció en intensidad, consumiéndose en un pegote de chocolate. Una vez terminado el azúcar, la dulzura se seguía expandiendo por cada poro y sus labios fueron en su búsqueda, tanteando con lenguas incansables los rincones profundos de la piel. La ropa fue perdiendo terreno ante las bocas. El frío, que miraba desde la ventana pensando en un gran festín, no pudo ni acercarse... la desnudez irradiaba un calor intenso que cortaba el gélido aire. Fantasía de caníbales. Pellizcos de dientes curados por besos. Temblores. Estremecimientos. La danza de guerra continúa al banquete. Se entregaron en una coreografía improvisada donde las piernas se anudan y deslizan. Las manos juegan a las escondidas y los ojos perciben mas allá de lo que ven. La piel se inflama y se despega. La tensión aumenta, espera impaciente. El ambiente se humedece, engulle su urgencia, que no calma y se exaspera. Se van librando batallas, hasta que llega el asalto definitivo. Los contendientes se preparan. La danza cede el lugar al duelo. Los besos se esfuman y los mordiscos se curan con la sal de la piel transpirada que los recorre. Las heridas de batalla se cauterizan. Uno cae de espaldas sin defensa. El guerrero en pie lo atraviesa con su espada. Se hunde en la humedad y presiona una rendición. No se resiste. El mundo se sacude frenético. Un grito, una exhalación del alma que deja el cuerpo, lo aprieta con fuerza, ya no quiere que se vaya, quiere que termine de hundirse ya sin miedo a perder la batalla. Un segundo, el aire se detiene. El se apura ante la inminente muerte que lo motiva aun más. Dispara. Se desploma sobre el cuerpo inerte. El mundo sigue vibrando, pero al compás de su respiración, de su pecho que se hincha y desinfla espasmódicamente. El corazón da cuenta de la guerra y retumba. Como puede, se despega para tomar distancia y ver el campo de batalla de la ropa desparramada y las sabanas revueltas, del frío que ahora sí comienza nuevamente a ganar terreno, de su cuerpo, que la mira. Ella observa. Se despierta y vuelve en sí con el escozor de las sensaciones. Sabe que su verdugo no la mata y solo la envenena, porque lo sabe perdido, al instante, en otra batalla. El frío toma sus manos. Vuelven al refugio de la frazada, pero el frío sigue intentando.

1 comentario:

Espiritu Muajajesco dijo...

guau. pluma afilada.
ganas de bailar