lunes, 25 de agosto de 2008

El consultorio del Dr. Rhon


Se levantó de la camilla, tomó la campera y salió de la casa. Dudó un instante… afuera soplaba una extraña brisa, fría y húmeda pero sin velocidad, como si al cruzar la puerta se introdujera en una pecera de agua fría. Volvió a entrar, tomó la bufanda y un gorro y decidió no dudar hasta cerrar la puerta tras de sí. Comenzó a caminar por la calle que se movía lentamente delante de ella. Todo estaba muy oscuro y silencioso… sólo iluminaban la escena las casuales ventanas de las viejas casas que cruzaban su camino. Era una extraña sensación saber que esa luz provenía de espacios donde había vida, cuando ella sentía que todo el mundo había escapado y que era casi improbable encontrar a alguien castigando los adoquines a esa hora, como ella hacía. Podía abstraerse en esa peculiar sensación, pero sin necesidad de detenerse a ver cada ventana ni intentar espiar por ellas. Sólo estaban allí. Seguía caminando, no sabía bien hacia donde, pero sentía que la llamaba. Sentía que la llamaba sin quererla llamar… y por eso más curiosidad tenía. Giró varias esquinas, se sentó en un umbral oscuro a fumar un cigarrillo mientras meditaba si tenía sentido seguir el llamado, si existiría o solo lo imaginaba. Era entonces cuando intentaba abrir los ojos, pero nuevamente la curiosidad la obligaba a cerrarlos. ¿Qué quería que vea? Se levantó y retomó la caminata, después de todo, no se cansaba ni agitaba ni corría riesgos ya que estaba sola. Llegó a una esquina, con una casa un poco más alta que las demás, con una ventana un poco más alta que las demás y un poco más cerrada que las demás. Esta ventana sí le llamó la atención, ya que a diferencia de las anteriores, no estaba completamente abierta y no emanaba luz absoluta, sino que entornada, asomaba una luz amarrilla como de velador con pantalla ajada. Amarilla pero intensa, intensa pero que no lastimaba la oscuridad que la rodeaba. Esta sí le llamó la atención, pero estaba muy alta. Sólo llegaba a discernir una repisa con adornos, claramente contorneados. ¡Había realidad tras esa ventana! Y también sabía que detrás de ella estaba quien llamaba. Quedó un tiempo largo observando, desde el medio de la calle. Toda la fachada de la casa parecía embebida en un barniz de humedad, una muralla de piedra gris oscuro, que era difícil de ver con claridad, confundida con la espesura de la noche que se había extendido hasta rodearla, hasta anular todo el resto del fondo, dejando sólo la ventana en el campo visual.
La pared ocre del otro lado de la ventana se veía vieja pero sin rajaduras. La madera oscura de la repisa contrastaba con ese fondo claro. Parecía haber sombras que se movían. Una la llamaba, la otra no daba cuenta de su presencia. Se acercó a la casa buscando una puerta, la atravesó y la oscuridad era aun mayor. A tientas encontró una escalera. No chocó con un solo objeto hasta tomar la baranda. Tal vez todo se había esfumado, tal vez la oscuridad los había devorado limpiando el camino. No se sentía apremiada. Se había acostumbrado a vivir con las sombras y a no temerles sabiendo su debilidad ante la luz y su efímera existencia. Pero algo había distinto en esa casa. Tras esa ventana había realidad y alguien que la llamaba. Sin voz, sin sonidos… pero la llamaba. Subió un piso y llegó al umbral de la puerta, tras ella estaba la habitación amarillenta, la estantería, la luz añeja y las sombras que quería mirar. ¡Todo había sido demasiado fácil! Nuevamente se detuvo a pensar. ¿Quería entrar? Sospechaba que lo que tenía para ver era algo que no quería ver. Tuvo un poco de miedo. Intentó deshacer sus pasos pero le habían ganado de mano, sus pasos ya habían sido desechos, la escalera había desaparecido y ella flotaba sobre el piso parada en el rellano de la puerta. Un escalofrío de ira la invadió. No quería! Ya no quería entrar! ¿Y si detrás de la puerta estaban sus miedos? ¿Si encontraba en cuerpos sus sospechas? ¿Por qué la llevó hasta ahí? Tal vez para expirar sus culpas, tal vez porque era una forma de decirle lo que no quería decirle pero sabia que tenía que decir? Entonces… no eran sus miedos solamente. De todas formas no tenía sentido divagar más sobre el asunto. Estaba a tres metros de altura sin poder bajar y frente a una puerta. Estaba a punto de despertar, no podía hacerlo en medio de la nada, llevándose nada… aunque supiera que del otro lado había realidad. Finalmente decidió entrar. Buscó el picaporte y no estaba. Nada… ni una hendija, ni cerradura siquiera para espiar. La puerta era de maciza madera oscura, absolutamente cerrada. Comenzó a empujar con todas sus fuerzas, cada vez que tocaba la madera sentía que estaba del otro lado llamando… Se sentó rendida en el piso, con la espalda contra la puerta intentó escuchar, pero sólo hablaba el silencio.
- No puedo entrar, no hay manija. No, no hay. Ya busqué. Tanteé cada centímetro y nada, solo un par de clavos o algo así sobresaliendo. Abrí vos del otro lado… si que podes. ¿Tampoco?
Destellos de luz borraban por momentos la escena y sentía que era absorbida, pero al instante volvía a aparecer. Por un momento de desesperó, pero claro… que podía hacer, ella misma había borrado la manija de la puerta para no entrar, después de todo era su sueño… y no era el momento. La luz se abrillantó de golpe hasta molestar sus ojos cerrados.
- Ya está. ¿Te dormiste?
- Si… un poco. Hace frío. Bueno. Gracias, hasta el próximo viernes.
- Adiós. Cuidate.

1 comentario:

Espiritu Muajajesco dijo...

El doctor Rhon es el oftalmólogo? Se llama así por el ron ron que tenés en los ojos?
Quizás no sea el momento de abrir puertas ni chukeres, quizás haya que exigirle al inconciente que fabrique una manija.
De momento es bueno saber que detrás de tanta alienación hay un lugar legítimo, auténtico, alcanzable, aunque negado en la inmediatez. Eso de por sí motiva a seguir intentando entrar.
Espero que consigas un llave o un hacha.
beso