lunes, 25 de enero de 2010

Tumbas de escombros, y mas tumbas


Por HAITI

No recuerda que pasó. A penas si recuerda los últimos minutos. Pero difusos, sin entender demasiado. Mientras, sin que ella se de cuenta siquiera, una mano la jala desde el polvo y la oscuridad. Se sienten ecos de risas y aplausos, pero le resultan muy lejanos.

Intenta hacer memoria para entender que pasó, pero hay un momento en que su recuento se detiene, se ahoga, se pierde en el tiempo. Sabía que recostó su cabeza en el duro colchón. Era tarde en la noche. Esperaba un sueño profundo que le permitiera viajar más allá de su tierra. Le gustaba imaginarse un mundo distinto donde vivir.
-Vivir… ¡Sería tan bueno vivir!
Repetía como letanía al cerrar los ojos y así mitigaba el dolor del pesado trabajo en sus pequeños brazos y delgadas piernas. El trabajo la agotaba, pero sabía que eran rachas, que luego podían pasar meses enteros sin conseguir nada que hacer, así que había que aprovecharlas.
Aunque es una niña, tiene sólo 12 años, en su tierra ya es vieja. Su tierra se consume a la gente, se consume lo humano de las personas. Es una tierra llena de peligros. Una vez había estado al borde de caer en una trampa, en una mentira de espejos de colores. Su madre la había rescatado a tiempo de ese pozo del que pocas regresan. Un hombre la había cruzado en la calle y le había ofrecido viajar, le hizo cientos de promesas. Le dijo que conocía un lugar fuera de su tierra en que le podrían dar empleo y ella podría mandar plata a su familia. La madre había escuchado a otras madres llorar amargamente la pérdida de sus hijas en las redes de la trata y estaba sobre alerta. Al escuchar a su hija temió por su vida y no dejó que saliera de su casa. Esto duró poco tiempo. El padre quedó nuevamente sin trabajo y el arroz ya no dibujaba un gramo de carne sobre los huesos de ella y sus hermanos. Entonces salió nuevamente a las calles, pero con la advertencia de su madre resonando ante cada paso. Ella, a su edad, aun no entendía demasiado, pero había visto a su madre desvelarse, degradarse, pelear en la calle por una bolsa de alimento para ellos y suponía que, entonces, la advertencia era correcta. Pero toda advertencia no era suficiente en esa tierra, y todo recaudo era escaso. Finalmente terminó entendiendo los peligros de los que le hablaba su madre en los brazos de un marine norteamericano, que se había ofrecido a acercarla hasta la casa. Entre llantos, e inmersa en una profunda vergüenza, supo que la vida podía ser aun mas dura de lo que creía. Ese día perdió su niñez, la rabia había terminado de echar raíces es su pecho en ese instante, y junto a ello había perdido el respeto a la muerte.
Recordaba estos detalles mientras sus ojos se contraían de dolor y continuaba intentando reconstruirse en la prisión que se encontraba.
Volvió un rato en sí, sacudiendo su cabeza para acomodar esas verdades, su panza le dolía, porque recordó que esa noche, antes de acostarse, no cenó. Como tampoco había almorzado. El hambre le pasaba factura.
Recordó que mientras dormía sintió que la tierra se estremecía pero, al abrir los ojos, solo había oscuridad. No podía distinguir si seguía despierta o dormida. No podía ver, pero escuchaba. Su hermana, que minutos antes dormía junto a ella en la cama, lloraba, con un llanto ahogado y lejano. Logró escuchar los gritos desgarradores de su madre unos instantes. Luego todo se hizo silencio. Permaneció inmóvil horas enteras, presa del miedo. Sentía que le faltaba el aire, se sentía aprisionada, y pensó en la muerte. Hacía tiempo se había hecho amiga de la muerte, la veía todo el tiempo en todos lados. Y ahora a solas, en la oscuridad, le preguntaba mirando directo a sus cuencas vacías:
- ¿Por qué?.
Pero hasta la muerte se encogía de brazos ante la insistente pregunta de la niña… No podía explicar el porque, pero le contó una historia. La muerte trabajaba junto a su mejor cliente, el capital, con quien habían ideado un sistema que había transformado la sociedad en un mundo de muertos en vida, en millones que tenían como destino asegurado una fosa, una guerra, una hambruna o una catástrofe. Y este era el plan perfecto… donde todo parecía natural y se eximían de culpas ante los ojos de sus víctimas. Ella se comía la carne de los cuerpos, sus socios se comían la vida y dejaban los cueros vacíos, sin anhelos, ni esperanzas, ni ganas de enfrentar el destino.
No sabe cuantos días pasó así, recuerda haber llenado la oscuridad y el tiempo con recuerdos y meditando las palabras de aquella sombra instalada junto a ella. Pensaba que tal vez esta vez el sueño le había jugado una mala pasada, e intentaba combatir la pesadilla con otras imágenes. Esto no era fácil. Su vida de despierta era también una pesadilla. Y así siguió alimentando su ira, endureciendo sus ojos y resquebrajando la piel de sus mejillas
Comprendía profundamente las palabras de la muerte. Porque ella intentaba todos los días enfrentar su destino. Ya imaginaba que algo así no podía ser por nada. Porque veía también a aquellos que no pasaban hambre, a los que no les faltaba nada o incluso les sobraba. Sabía que si un Banco declaraba crisis, millones y millones de dólares entraban en su arcas, millones y millones de dólares que podrían entrar en su boca y la de sus hermanos con comida, medicinas… y miraba a la muerte a su lado que asentía, sin darse cuenta que el hambre le jugaba una mala pasada… aquella sombra con la que hablaba era su propia sombra, tan flaca, tan débil, que le parecía la muerte.
Igual ella seguía conversando, y su ira tomaba forma, tomaba nombres, tomaba ideas. Pensaba entonces en cambiar, se perdía de manera casi febril en estos pensamientos que llenaban de bronca su pecho y permitía que su corazón no dejara de bombear. Sentía que así la oscuridad que la rodeaba se llenaba de luz y entraba aire... era finalmente la mano que la jalaba y logró sacarla de entre los escombros. La luz la cegó por un instante y vio su casa, pedazos de piedras dispersos, vio su tierra, bajo toneladas de escombros y dolor, y los vio a ellos, alegres, gritando… y no podía comprender tamaño acto de locura, tal fantochada.
Los miró a los ojos, con esos ojos llenos de oscuridad, de dureza, de tristeza curtida y oxidada con el tiempo sobre las pupilas… La muchedumbre hizo un profundo silencio, y sintieron cada uno dentro que la sangre se les detenía.
Con la última bocanada de aire que le quedaba les dijo, como en un estado de demencia: - Esto no debía pasar. Todos saben que no… Esto es muerte sobre muerte.
Hambre sobre hambre. ¿Lo que viene? ¡No quiero ni pensarlo! Mis brazos ya no responden para pelear contra los responsables. Mi voz, a penas puede oírse ya…
(Silencio)
- ¡Si ninguno de uds está dispuesto a ver que esto no es porque la naturaleza se revela contra nosotros, sino porque nosotros no nos revelamos contra las verdaderas causas, por favor, vuelvan a enterrarme!. Pero de ser así, entiérrense todos con migo, ¡Porque entonces ya estamos todos muertos! Y su última palabra se llevó su vida.

Algunos se retiraron del lugar con una profunda angustia, pero otros se llevaron en la mirada un brillo extraño de los ojos que aquella niña les había dejado. Con los puños fruncidos se dispersaron… Tal vez tomen la posta y también estén anidando en su interior la ira para salir de sus tumbas.

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