martes, 26 de enero de 2010

Noche de verano

Las palabras se repetían insistentemente. Luego de un rato habían perdido sentido y ella no las escuchaba mas, solo las oía. En un momento una de las voces dijo:
– 35º de sensación térmica.
Ella se detuvo, como si la hubieran llamado, dió la vuelta y fijó sus ojos en la pantalla. Las 22.30, leyó…
- Parece que hace calor, pensó, y prendió el ventilador.
Imaginó la noche de azul profundo, derritiéndose como plastilina caliente sobre las casas y los árboles. Pensó que sería buena idea despejar su cabeza. Tomó las llaves y cruzó la puerta. En el pasillo notó que había olvidado su celular, pero no importaba, ya no lo llevaba a todos lados, ya no esperaba que sonara.
– Que noche hermosa, ¿no?, exclamó.
Pero sus palabras se dispersaron pesadamente por la poca brisa que corría. Ni el eco de la calle le respondió… las sombras se removieron un poco para mirarla y se acomodaron nuevamente para continuar rindiendo tributo a la luna. Dio la vuelta de rigor a la manzana y la noche no dejó de ser bella, pero lamentó íntimamente no poder regalarla a nadie.
Al término del paseo volvió a su casa y, por primera vez en muchos días, su cuerpo tuvo el acto reflejo de entrar a la cocina para armar una cena. Cocinó una carne, preparó un acompañamiento, limpió la mesa (llena de todos los restos de las cosas de la semana), colocó una vela en el hornito para llenar de perfume la casa y se sentó en la cabecera. Se rió de sí misma al ver frente a ella el salero que había colocado y que sabía que no iba a usar. Comenzaba el camino hacia una mas de las largas noches, pero ya lo transitaba con la dejadez del condenado que aun no tiene condena pero ya se encuentra en la cárcel. No sabía si era el calor, o el te de hiervas o el gran malestar de su panza, pero sus movimientos eran llamativamente lentos. Como postre, puso un poco de orden a su alrededor y se sentó a fumar. Quería que ese cigarrillo fuera eterno, ya que al terminarlo se dirigiría desanimadamente a intentar dormir, aunque ya se ha vuelto una rutina el asimilar que ese, es un ejercicio aun mas difícil que el de levantarse.
Dio las 200 vueltas de costumbre, cambió 20 veces de lugar las almohadas, hasta que al fin se animó y, tímidamente, como si no debiera, se deslizo hacia el lado derecho de la cama. En su piel sintió que aún quedaba un resto de presencia allí, y decidió gastarlo sin miramientos. La próxima noche buscaría otro motivo para dormir, hoy necesitaba descansar.
Sonó por fin el despertador, al cual deberá buscarle un nuevo nombre porque no se despierta lo que no se duerme. Sintió que un rato había conciliado el sueño, y había soñado que dormía. Pero los huesos y su espalda le pasaban factura de la falta de descanso, y su cara le resultaba ya irreconocible en el espejo.
A tientas, puso la pava en el fuego y levantó la mano para tomar una servilleta de papel. Nuevamente se sonrió al ver que ya no quedaban. Jamás pensó que se terminarían, pero así fue, una a una se desgajaron secando gotas de agua con gusto a sal sin que ella llevara la cuenta.
Se bañó intentando despertarse, de cara al agua para deshinchar sus ojos. Nuevamente la vuelta a manzana de rigor, pero casi ni se dio cuenta de haberla hecho. Se cebó unos mates de agua hervida, luego de haber puesto por cuarta vez el agua y olvidarla, y salió camino al trabajo. Era tarde, para variar. Y llegaría mas tarde aun porque, una vez mas, doblaba en la esquina que no debía doblar. Son esas cosas que no se pueden explicar. Aquella esquina que siempre olvidaba cuando debía tomarla, hoy la llamaba invariablemente y la hacía perder, cuando no debía doblar.
Es un despropósito, pensó casi enojada, dar la vuelta cuando ya no hay que darla. Prendió la radio y subió el volumen lo más alto que pudo hasta ahogar sus pensamientos.
- No debí doblar... fue lo ultimo que se escucho hasta el silencio.

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