lunes, 29 de diciembre de 2008

RAMZI

Parecía una mañana como cualquier otra cuando te levantaste, pero algo oliste en el aire. No era el olor a quemado, ni a tierra revuelta ni a carne chamuscada que solía sentirse en esas latitudes. No… había algo más. Agudizaste el oído. Nada. Es decir, los gritos y lamentos habituales… pero no se sentían lo truenos de la tormenta de misiles y bombas. - Demasiado silencio, pensaste.
Miraste las mantas en el piso que te rodeaban, toda la familia se encontraba levantada. Corriste hacia fuera asustado, un mal presagio te invadió. Asomaste tu reseca piel por la puerta, entornaste los ojos resecos ante el saludo del sol, buscando una cara conocida. Nada, puro revuelo y caos. Ramzi, el menor de la familia. Hoy era tu turno de intentar cruzar la frontera para conseguir agua. Pero… ¿Para que caminar tanto para conseguirla? Porque a tu alrededor ya ni lágrimas derraman las mujeres que lloran a sus hijos. La piel reseca del sol. Las manos resecas del trabajo. Los ojos resecos del llanto, el corazón reseco del dolor.
Volviste a entrar en el cuarto rápidamente. Estabas desesperado pensando en lo peor. Buscaste tu ropa, tomaste un poco de agua caliente del sol y guardaste una gomera en el bolsillo. Afuera los rumores fueron tomando cuerpo. Pudiste escuchar con claridad: israelíes, ejército, tanques, tropas movilizadas, frontera… frontera… frontera. Esa palabra aterradora. Realidad a la que te enfrentabas día a día para obtener un mendrugo de pan, un poco de agua, algo de dinero. Era como un animal salvaje hambriento, podías cruzarla si dormía… pero cuando despertaba dejaba tras de si un reguero de sangre y un tendal de muertos. Un pueblo entero enlazado por una gigante cuerda de horca que marcaba los limites del territorio. Una puerta a la tierra, al mundo, que alguna vez se apropiaron tus opresores para encerrarte en vida en un circo romano de la modernidad. Que cantidad de cosas horribles e irracionales encierran las arenas de tu pueblo, la sangre derramada en los límites de tu asentamiento. Y para vos no es más que la normalidad. Tu terrible realidad cotidiana, de cacheos, de golpes y vejaciones, de tus hermanas violadas, de tu padre asesinado, de tus ojos bautizados con la muerte de un fusil cuando eras un niño. La de tus amigos que ya no veras. La de los bombardeos y fusilamientos. No sabes como llegaste a esto, ya estaba cuando a los empujones saliste del vientre de tu madre y casi mueres por la falta de asepsia, por el hambre, por la desnutrición. Tus primeros años de vida son estos, los del ahora… la palabra mañana es poco utilizada y estos pocos años han perdido ya, todo rasgo de inocencia. La muerte es una amiga que puedes encontrar a la vuelta de tu casa, y el dolor es un compañero diario de tu vida. Cuando seas grande, repites, quieres liberar a Palestina.
El sol quema tu frente mientras todos estos pensamientos queman tu cabeza. El hambre quema tu estomago. La ira quema tus puños. Caminas juntando las piedras del camino.
Tu familia, como muchos otros, corrieron a buscar armas. Una nueva amenaza de guerra. Las tropas israelíes se dirigen a la frontera con Gaza. Vos no sabes, pero los noticieros de todo el mundo hablan de miles de Ramzis anónimos. Números de frías cifras de cuerpos fríos de muerte. Vos no sabes ni te importa. Eso pertenece a un mundo de leyenda que ni siquiera puedes imaginar.
Cada paso tuyo en la tierra de tu pueblo te dicen que es robado, porque no es tu tierra. Pero vos sabes que si. Sabes que en esa tierra diste tus primeros pasos, jugaste a las escondidas, vertiste tus primeras lagrimas al ver morir a tus hermanos, vertiste tus últimas lagrimas antes de acostumbrarte.
Llegaste con tu cántaro a la frontera. Ni un alma, solo oficiales israelíes. Todo cerrado. Los alambres de púas te invitan a un abrazo. Los rifles de los guardias te siguen amenazantes, paso a paso.
Se abre la frontera. Sus fauces rechinan y sus dientes de púas sangran. Un tanque se abre paso, como una lengua ponzoñosa. Te detienes frente a él. Dejas tu cántaro en el piso. Tensas tus músculos y metes la mano en el bolsillo. Tomas la gomera. Tomas la piedra mas pesada. Tus ojos resecos se prenden fuego. El sol quema tu frente. El hambre quema tu estomago. Los pensamientos queman tu cabeza. La ira te quema los puños. Una bala quema tu carne. Cierras los ojos en el suelo y sueñas como tus hermanos queman al monstruo de la frontera y toda la tierra se hace libre y se llena de vida.
La muerte quema tu vida. El sionismo, a Palestina.
Miles, apoyamos tu sueño.

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